OLL --- DIccIONARIo ENCICLOPDICO DE LA MASONEBA 648 Es el favorite del Csar. Ollivier se present en la Cmara Imperial y reclam del Emperador que optase entire el fa- vorito de la Corte el ministry de la Asamblea. El Empe- rador opt por el ministry. No se satisfizo Ollivier con esta victoria; y pidi y obtuvo que dejara Duvernois de tener ese peridico, verdaderamente escandaloso, con el que suscitaba contralas Tullerias tantas iras. La victoria del mi- nistro sobre el privado fu complete. Desde este dia se mezcl Duvernois en el partido military; y el partido military jur la perdicion de Ollivier. Para con- seguirla, so trajo de la crte de Viena, dnde era embaja- dor, la crte de las Tullerias, convertirlo en ministry de Negocios Extranjeros, al conde Granmont. Este conde haba vivido en el seno de la sociedad aristocrtica de Aus- tria, y tomado los pujos vengativos de esta sociedad por indicios de una enemiga declarada contra Prusia en toda la crte austriaca y en todos los pueblos sometidos al Aus- tria. Bismark decia, respect l, estas palabras dursimas, que corrian por toda Alemania de boca en bocas "Este Granmont es un tonto." Y en efecto, tal categora deber estar relegado aquel que se imagine possible la grande uni- formidad necesaria para la guerra en potencia tan dividida y desgarrada como la confusa aglomeracion de naciones que se llama Austria. El conde Granmont fu impuesto con dos objetos: con objeto de traer la guerra de Prusia y con objeto de procurar la caida de Ollivier. Imposible encon- trar un personaje por sus facultades tan inepto, y, sin em- bargo, por sus preocupaciones tan apto para empear en grave conflict toda Europa. En efecto, consecuencia de la candidatura del clebre prncipe prusiano al trono de Espaa, el gran disentimien- to estalla. Renuncia el prncipe, y con un telgrama falso se cohonesta la declaracion de guerra. Emilio Ollivier, al comenzar la session nefasta en que tal crime se perpetrara, anuncia la paz, lo cual hace subir la bolsa; y al finalizar la session notifica la declaracion de guerra, y aade quP la notifica con el nimo aligerado de todo pesar. Tremenda ligereza! Aunque hubiera estado seguro'de la victoria de- bia pesar la declaracion de guerra con pesadumbre inmen- sa sobre su corazon y su conciencia. Pero despues de aquel dia horrible todo fu adverso. Las primeras batallas se. perdieron, los primeros ejrcitos se dispersaron. La mas horrible, por lo menos esperada, fu la rota de Wisem- burgo. Y mientras tanto qu espectculo el espectculo de Pa- rs! Emilio Ollicier, qae slo quiere dar noticias de victo- rias, oculta la derrota de Wisemburgo. Varios especulado- res fingen un telgrama que pasa de mano en mano y en el cual se anuncia una gran batalla coronada por el mas brillante xito para las armas francesas. El entusiasmo del pueblo llega al delirio. Cantan unos la Marsellesa, vocife- ran otros vivas de alegra, sacan los mas banderas tricolo- res y las pasean por aquellas calls que han presenciado el regocijo pblico por tantas victorias. La bolsa sube dos francos y medio. Paris est en delirio, y el gobierno calla Paris su derrota. Ciega confianza de ese pueblo, ciega confianza de su ejrcito. Creen llevar encadenada la victo- ria. Y esta confianza explica sus desgracias. El entusiasmo no tiene trgua. La multitud encuentra la primera tiple del Gran Teatro de la Opera, Mara Sax, y la obliga can- tar la Marsellesa desde lo alto de su carruaje. Nuevo deli- rio, nuevos vivas, alegra general, epilptica, cercana la locura. Y el gobierno callando su derrota. En esto la verdad se descubre. Los peridicos ingleses la publican. Wisemburgo ha sido tomado. Un furor indes- criptible se apodera de la poblacion. Los cantos cesan, las banderas se retiran, la furia del dolor sucede la furia de la alegra. La noticia de la victoria, concebida en trminos pomposos, anunciando el cautiverio del principe heredero y de veinticinco mil prusianos, es contrastada por la amarga realidad de una derrota. La muchedumbre ve un juego bursetil en su engao, pregunta el nombre del fal- sario, invade la bolsa, persigue los bolsistas, interrumpe las operaciones, cierra el edificio, apedrea las casas de los cambiantes dc moneda, y amenaza de muerte un prusia- no que ha creido deber alegrarse por las victorias de su patria; muchedumbre tan ciega en su regocijo como en su odio. Una manifestacion se dirige al ministerio de Justicia. Ollivier procura calmar los nimos con algunas explica- ciones. La manifestacion corre desde el ministerio de Jus- ticia al ministerio del Interior. El ministry desciende, ha- bla, explica el engao, procura apaciguar los nimos, atraerlos una mayor prudencia, bien necesaria en aque- llos moments de supremo peligro para la nacion fran- cesa. La emperatriz da una proclama diciendo que Francia est en peligro. El emperador anuncia que no ha perdido la sangre fria, pesar de que el moment es supremo para la nacion. Paris es declarado en estado de sitio, la guardia mvil incorporada al ejrcito, el cuerpo Legislativo convo- cado; mientras el pueblo francs pide armas, primero con- tra el prusiano que lo ha vencido, pero despues contra el Csar que lo ha deslumbrado. Son los primeros dias de Agosto de 1870. La Asamblea se reune en medio de la mayor agitacion. La plaza de la Concordia y las avenidas del Palacio no pueden contener las muchedumbres agitadas por ideas contrarias, diversas, pero en igual grado amenazadoras y tempestuosas. Aquel espectculo recuerda algunas escenas de la revolution francesa. En los corredores, en el salon de conferencias, los diputados se entregan mdtuas recriminaciones; pero tan fuertes y ruidosas, que se teme degeneren pronto en golpes y mtuos apaleos. El sentimiento general reconoce la impericia del emperador. La palabra destronamiento sale de muchos labios. Si no quedase todava alguna espe- ranza, si la batalla decisive se hubiese dado, los cortesanos serian los primeros en votar la expulsion de los Bonapar- tes; que siempre fueron la ingratitud y la cobarda fruto del envilecimiento cortesano. La session se abre, y sobre la session pesa uno de esos silencios precursores de las gran- des catstrofes. El partido military, mal avenido con la po- ltica del ministerio, enemigo de las instituciones parla- mentarias, resuelto recoger del polvo la dictadura, se apercibe expulsar los ministros parlamentarios. Para esto encontrarn grande apoyo en la emperatriz. Emilio Ollivier sube la trbuna. Su situation es trist- sima. Los republicans slo aciertan ver en su persona al apstata, y los imperialistas al republican. Ollivie , tan amigo de la oratoria, confia un papel sus pensa- mientos. El primero, el capital, es que en crisis tan supre- ma no puede perder el gobierno sin perder la honra. Rumores nutridsimos le anuncian que el Cuerpo Legisla- tivo est decidido quitarle gobierno y honra. Sobre todo, cuando habla de concordia, cuando pide que le auxilien, cuando apunta la idea de que las divisions solo podrian favorecer al extranjqro, acampado en el suelo de la patria, un tumulto inmenso ahoga sus palabras. Los mas decididos amigos del emperador gritan una, como en cualquier teatro: "Fuera, fuera." Y por qu no fuera tambien el Imperio? A l toca la responsabilidad. Si las batallas di- plomticas se han perdido; si Prusia se ha agrandado; si la guerra ha venido; si el ejrcito, el gran ejrcito francs, se ha roto; si el suelo national est profanado por el ex- tranjero; si los dias mas tristes del 14 y del 15 oscurecen los ana'es de Francia; la culpa, toda la culpa es del Im- perio. La formula de la extrema izquierda es la formula salva- dora: suprimir el gobierno y suprimir el Imperio. Esta fr- mula es compendiada en dos importantsimas declaracio- nes: primera, se arma- toda la nacion; segunda, asume el Cuerpo Legislativo todos los poderes. Al oir tales proposi- ciones, sale un clamor universal de los bancos imperialistas. Julio Favre logra dominarlo con su voz de trueno, y dice que si la campaa est 'perdida, y violado el territorio francs, la culpa es del general en jefe, la culpa es delem- perador Napoleon. No lo dice solamente la voz del diputa- do republican; lo dice hoy la conciencia humana, lo con- firmar maana la historic. Y el minuto del castigo ha sonado en el horario de la providencia. Al oir tales proposiciones, Casagnac sube la tribune. El fanatismo imperial habitat en su conciencia, la rabia contra la libertad en su pecho, la ira vibra en sus labios, la demencia en el acento de su pa'abra, acre, hueca, sinies- tra, ruda, como los fuegos de un peloton. Inyectados los ojos en sangre, crispadas las manos, en desrden el cabe- llo, que se mesa como si estuviera furioso, pregunta la Montaa si aquello es una revolution. "S, s," le gritan una todos los diputados de la izquierda. "Pues si yo fuera ministry, exclam el energmeno, os someteria ahora mis- mo un Consejo de guerra." "Nos quereis fusilar?" pre- gunta Julio Simon. La Asamblea recuerda uno de los mo- mentos mas caractersticos de la Convencion. Emilio Ollivier quidre hablar, pero no le escuchan. Las imprecaciones mas horribles, los insultos mas groseros par- ten de todos los bancos incendian todas las pasiones. Dos diputados de la izquierda bajan, se dirigen al sitio ocupa- do por los ministros, los amenazan y basta les pegan. En tal moment, los diputados todos se levantan, accionan, gesticulan, gritan, amenazan; y, confundindose en inmenso tumulto, convierten la Asamblea en pavoroso caos, donde