PALABRAS FINALES Pas el verano de 1954 en la ciudad de Nueva York. Dediqu gran parte de mi tiempo a observer la con- ducta social de los puertorriqueos all residents. La colonia, pasa ya de los trescientos mil, una gente pobre y hospitalaria, algo desorbitada y triste. Muy poco efec- tivo pueden aportar al nuevo ambiente -y no se olvide el carcter pragmtico de la civilizacin norteamerica- na-, y, lo que es peor, carecen de orientacin cvica. No llevan, desde su pas de origen, el entrenamiento efi- caz que les permit adaptarse al nuevo medio. Les hace falta, s, un caudal de preparacin tcnica de uso inme- diato; y, sobre todo, no actan con el confiado reposo de las gentes que se conocen a s mismas. La tarea ha de empezar desde aqu, y de ello son responsables el estado y el hogar. La dolorosa dispersin moral de esos grupos migratorios afirma las impresiones apuntadas anteriormente. Hacia fines de ese mismo verano (El Mundo, 10 de septiembre de 1954), el seor Gobernador envi una carta a los presidents de los cuerpos legislativos con el fin de sugerirles legislacin que asignase fondos para