ENRIQUE A. LAGUERRE los romnticos hubo muchos casos patolgicos, ms bien para que se trataran por medios clnicos que para consi- derarlos metafsicamente. Esa sobreestimacin del senti- mentalismo y del preciocismo ha llenado nuestra expresin de much hojarasca, que se halla present en casi to- dos nuestros escritores, desde el ms ripioso hasta el ms ilustre, los Gngoras y los Daros. Creo que si algo se necesita vehementemente, es una revision crtica de la produccin literaria espaola, que d a libros como El libro del buen amor, La Celestina y El Lazarillo, la exaltacin que merecen y bajen a otros -Las soleda- des, por ejemplo- del sitial que ocupan. La sobriedad y la sencillez, esa sobriedad y sencillez que encontramos en el Poemas del Mo Cid y en otro sentido en Jorge Manrique y en Machado y esa extraor- dinaria granazn de ideas que encontramos en La Ce- lestina o en el Libro dcl buen amor debieran ofrecernos models. Es difcil encontrar en la literature universal unas caracterizaciones ms extraordinarias que las que encontramos en La Celestina. A La Celestina se le puede tolerar la exuberancia de la forma; pero corresponde a Sempronio el censurar los retorcimientos expresivos. El espaol es un idioma de una vitalidad extraordi- naria, pero como a Sansn, la actitud purista -desleal Dalila- insisted en cortarle la melena. La fortaleza de la sufijacin es avasallante, tanto, que no tarda much en similar extranjerismos e hispanizarlos. Tenemos multitud de ejemplos en Puerto Rico con el ingls. Si hay algn idioma que rechaza las estrechas se- lecciones ese es el nuestro. Aparte de que un idioma no