PULSO DE PUERTO RICO Pero la actitud ms frecuente en esta poetisa, frente al paisaje puertorriqueo, es la de tratarlo con ternura maternal. El paisaje es un ser vivo acunado en sus brazos, adormecido por las nanas. Esa impresin se halla muy viva en el aparentemente difcil La nana del campo. Pero basta pensar en una colina, a la luz del alba, que Ester apa "hasta los brazos de mi corazn", paisaje nio! Lluvia es una meloda en aventura po- tica por los campos; Pon pon nene, pon es la quinta- esencia de la ternura maternal: el mar, nio en paales, no quiere dormirse a pesar de la cancin del viento, el mar desea el sonajero de la luna y extiende sus dedos para alcanzarla, pero no puede. Otras visions de campo tambin estn captadas con ternura: la admirable impresin de La maanita nia, en que el sol es un "medalln de oro sin cadenilla" y la propia maana es una nia sonreda "a la orilla del cielo"; y La luna de azcar, que provoca dulces gloto- neras en el goce paisajal. Tocando la ntima fibra puertorriquea toca Ester el corazn -fibra puertorriquea- de sus nios. En Cuento de oro la luna come tuna y man tostado -voz olorosa del pregonero infantil!-; en Coqu coqui, el sapito hroe, vestido de fiesta, es tan puertorriqueo como el Yunque; en Pon pon nene, pon, el viento canta el loil de una cancin, mientras el mar quiere su ma- raquita de luna. Y no se pierde el element folklrico y traditional, el sabor a "cuento viejo"; el ansia de aventura, los te- mas viejos renovados, la onomatopeya, la referencia al