ENRIQUE A. LAGUERRE Recuerdo cuando la conoc aquel anochecer en San Juan, con un grupo de amigos. Lo que ms me llam la atencin en ella fue su conversacin audaz y su sereno reto a las convenciones. No posaba, todo era natural en ella. Me la imagine en el ambiente de New York, lu- chando ella sola, "con su gran capacidad para la lucha individual", contra un ambiente denso de anonimidad y apremio. Vivi profundamente angustiada. Y dio con huir de s misma, ella que quera, a todo trance, con- servar su libertad individual. Esto es lo triste en la vida azarosa de Julia de Burgos. Pero, pese a ese apego de Julia de Burgos por la libertad individual, ms que una actitud existencialista haba en ella una actitud coexistencialista. El intenso animismo de su poesa no es otra cosa que un intenso deseo de encontrarse, de saberse a s misma proyectada ella en el universe. A dnde llevarn las aguas de Ro Grande de Loza el calor de su cuerpo? A qu playas lejanas? Los ltimos poemas que he ledo de Julia de Burgos los public recientemente la revista Artes y Letras que acaba de sacar Juan Bautista Pagn. Persiste en ella la imagen del ro, la misma que preocup a Salomn, en el Eclesiasts, a Jorge Manrique en sus Coplas y a Machado en toda su poesa. Ro que corre y un "mar remoto", como dice Julia. Pero su angustia es angustia de cristiano: "Pasaba Dios descalzo amndola como una maravilla de angustia",