ENRIQUE A. LAGUERRE La Epstola de ms all del poniente, escrita en ver- sculos casi bblicos, tambin admonitoriamente bblica, con un parecido sorprendente con los epitafios hebreos del museo de Toledo, con un hlito casi primitivista, pero hondo como el principio del mundo, es una trascenden- te entrada a los temas eternos de los grandes poetas: los profetas del Testamento, Jorge Manrique, Machado. Esa tremenda angustia no est divorciada de los menu- dos dolores de la carne, al contrario, De Diego hace que el corazn descienda de su sitial de prestigio sentimen- tal y lo present tal como es, una triste vscera sangran- te, no para aminorar, sino para acrescentar la angustia vital y para intensificar la preocupacin por el tiempo. El propio poeta se da cuenta que sobre esos temas se ha hablado con exceso y as lo expresa, pero ello no quita trascendencia al terrible desasosiego. El em- pezar a morir con el nacimiento y lo de "yo y mis circunstancias" son inquietudes expresadas en una at- msfera de irrealidad, de evanescencia, concebida con decoro artstico. Y otra vez, cualquier interjeccin mo- desta o cualquier experiencia sencilla, pero cierta, de todos los das, agranda esta sensacin de inefable des- aliento y al mismo tiempo de inenarrable sentido de fe. En la Epstola a Muoz Marn vuelven a preocuparle los sucesos terrenales, y el poeta de lo metafsico fla- gela ela vez sin piedad a los hombres-satlites, no sin hacer una sentida biografa de Muoz. Sin embargo, se lamenta de todo lo bueno que se pierde irremediable- mente en una vorgine de actitudes pragmticas. Qu