PULSO DE PUERTO RICO tradiciones. Todas las tradiciones tuvieron un principio. Quien no lo crea as creer que Lincoln construy la caba- na en que naci. La poesa de De Diego sabe a intelectualismo pesi- mista, pero en el fondo lo que hay es una angustia ge- nuina. No hay misantropa ni burla cruel, sino desilu- cin. Esquilo, Sneca, el Arcipreste de Hita, Fernando Rojas, Quevedo, Unamuno, Kierkegaard han tratado, de uno y de otro modo, los mismos temas. De Diego recoge el tema y lo desarrolla, tal vez acezosamente, en sus epstolas mostrencas. Pone a temblar las finas pie- les de los untuosos preciosistas que siguen, imperturba- blemente, preocupndose por la salud de cajita. Estas epstolas son una evocacin del prestigio clsico de la epstola. Y son obra de una vida de dos vertientes, como dice Ortega. Con el cmulo de palabras cultas y esdr- julas expresa la fatiga vital del homo sapiens. Estruja es- drjulos en las caras de los preciosistas rubendarianos y gongorinos y se echa a reir sombramente, y hasta con asomos de la pedantera tan propia del homo sapiens. Pero no se crea que De Diego pavonea much sus orgullos y vanidades de hombre civilizado. A lo largo y en lo hondo de sus epstolas aparece con frecuencia la exaltacin de lo animal y lo inanimado, y la depre- sin de lo human. Es un animista contrariado por las reiteradas torpezas del hombre, un angustiado a fuerza de sentirse pecador, porque sabe que a mayor pecado mayor angustia. Es por eso que. ve peculiaridades arcan- glicas en el alcatraz, pura inocencia con alas, vctima de la crueldad de circo del homo sapiens. Este canto