ENRIQUE A. LAGUERRE caciones, la necesidad de trabajo, en salud pblica; en la enseanza, la tcnica, la imprenta y el periodismo; en la actitud experimentalista y cientfica. Se esfuerza la autora por sincronizar el movimiento reformista de Puerto Rico con situaciones germanas del exterior, especialmente en Espaa, Cuba y otros pases de habla espaola. Trata ella de ser just y no se excede ni en el elogio ni en la censura; a veces, sin embargo, se le nota algn desequilibrio en los juicios, en un empeo por dejar probada su tesis frente a las evidentes limitaciones del sujeto que estudia. Se sabe ella ante un memorialista gubernamental, sujeto a la voluntad autoritaria, con bastante de hoja de yagrumo en su carcter, segn soplaran los vientos. Es entonces que ella trata de suplir deficiencies examinando otras fuentes contemporneas, incluso los informes de visits de los gobernadores por la isla, particularmente la de Arstegui (1821) y de la Torre (1831). Tengo la impresin de que el reformismo ilustrado no tiene much fuerza de hechos en Puerto Rico, a juzgar por la larga referencia de promesas y proyectos que no llegan a concretarse. Se ven dispersos y pobres los hechos de reformismo ilustrado a lo largo de casi medio siglo. Se repite, ms o menos, la situacin a lo largo de todo el siglo XIX a juzgar por lo que nos dice Cruz Monclova en su Historia de Puerto Rico. Evi- dente es que no termin el exclusivismo colonial espa- ol en el siglo XIX, por lo menos hasta 1890, ya que el incondicionalismo goz de todos los privilegios.