PULSO DE PUERTO RICO gozaba en hablar de torres de marfil, atalayas, vanguar- dias, torres de los panoramas y otras zarandajas simila- res es cosa del pasado y debe olvidarse. No me canso de repetir que fatigan ya las colecciones de metforas y adjetivos cargados de egolatras y son ridculas las posturas de los hombres de letra acadmicos. Recuerdo el caso de un escritor muy apreciado en- tre nosotros que escribi el prlogo al libro de uno de esos poetas que quitan al idioma su llano sentido co- municativo para hacerlo oscuro, so pretexto de hacer arte. En su prlogo, dicho escritor aseguraba que el joven poeta era la ms grande figure literaria de su generacin y sabe Dios. Confieso que yo no haba re- cibido el mensaje potico, por no entender la mayor parte de los versos, escritos de manera abstrusa y oscu- rantista. Todo estaba henchido de alusiones penumbro- sas, desde un punto de vista de ideas personales y de interpretaciones filosficas. Pues bien, en conversacin que tuve con el prologuista, este me confes que no en- tenda tres cuartas parties de los versos. Recuerdo asimismo otro caso. Alrededor de 1930 vino a la Universidad uno de esos profesores visitantes de gran nombre, de much facilidad para los discursos y amigo de las expresiones terminolgicas. Entre sus oyen- tes haba una dama, que no faltaba a sus conferencias y que confes a una amiga: "Hija, no debes faltar. Es un portento de hombre. Imagnate si habla bien, que no entiendo nada". Y a propsito de las terminologas. Tengo la certidum- bre de que si a muchos de los llamados buenos trabajos