para tejer los p6talos de raso de esa armoniosa maravilla blanca. Mira la savia, como virgen gracil, Ilena de aspiraciones, ascendiendo pde la oscuridad hasta el follaje en donde el aire de cabellos de oro, de frase embalsamada, la acaricia ponidedole color sobre la frente. No hay un rinc6n de ese jardin que calle: todo parece musitar palabras de amor y de alabanza en su presencia. Pero ella pasa, recordando, amando, como un pensamiento de la ausencia por el azul de una memorial amante. Pero ella va, por el jardin de su alma, a la luz de crepfisculos perdidop, viendo nacer las maravillas blancas al borde de su dicha murmurante. El inexhausto surtidor del tiempo regando en su cristal perlas de instantes la ha visto muchas veces, en la sombra, escuchando la plata de las risas de las mas bellas, las mas limpias horas que en juego con las alas de las brisas, prendidas en sus hombros de inocencia, huyen danzando hacia la quieta dicha coronadas de azahar y de jacinto. Pero una noche, recorriendo arriates, en medio de una atm6sfera de luna, la joven tropez6 con una losa