196 CUENTOS Y NARFACIONES un viento m6s humedo que frfo, y sutil y penetrate como la lengua de un calum- niador. Una noche (la recuerdo como si hubiera pasado ayer) me toc6 en turno la vigilancia del lugar citado, desde las once a la una. El tiempo estaba lluvioso y el rufdo del mar se ofa mAs fuerte que de costumbre desde la plaza, del castillo. De buena gana hubiera dado la mitad de las sobras de aquel mes, por librarme de tan molesto servicio. Llegada la hora, baj6 con el cabo de guardia por la angosta y huimeda galeria que conduce hasta la orilla del mar. Al abrir la puerta, un golpe de aire con agua nos azot6 el rostro. El cabo lanz6 una interjecci6n poco decent y continue su camino hacia la garita. Pronto se ejecutaron las ceremo- nias del relevo y qued4 s6lo y expuesto a las inclemencias de aquel sitio. Pas6 un cuarto de hora, que me pareci6 sumamente largo. -iCentinela alerta!-gritaron desde lo alto del castillo. Y la voz lleg6 A mis oidos debil y entrecortada por la fuerza del viento y por el ruido de las olas. Contest como de costumbre, y segui paseando lentamente desde el muro A la garita y viceversa. Aquella monotonia, aquella soledad y sobre todo aquel aire hfimedo que penetraba hasta los huesos, me iban haciendo inso-