104 CUENTOS Y NARRACIONES El centinela habia desaparecido como el anterior. Ni el mas leve indicio de lucha ni de violencia se advertia en aquellas inmedia- ciones. Las fieras del mar no llegaban a la garita, ni se podian comer a los soldados enteros, con gorra, cartuchera y todo: pen- sar en esto era absurdo. Segiin la version popular mis admitida, el mismo diablo en persona debi6 de haber tomado parte en tan extrafio escamoteo. Y vino luego 4 confirmar esta creencia la mis- teriosa desaparici6n de dos 6 tres centinelas mas. Desde entonces la guardia de San Cris- t6bal dej6 de poner centinelas en aquel sitio: se cerr6 A cal y canto la puerta de la subte- rrdnea galeria que por alli desembocaba, y la garita del diablo qued6 sola y vacia como el cadaver de un rdprobo abandonado a los em- bates del mar y 6 las maldiciones de la tierra. III Una de las muchas veces que of en una tertulia de campesinos la narraci6n tradicio- nal de la garita del diablo, se hallaba cerca de mi un viejecito de humilde porte, de sem- blante alegre y de mirada viva y sagaz, que por moments apretaba y contraia los labios como para contener una sonrisa de burlona incredulidad.