382 EVOLUCION DE LA CULTUEA CUBANA de nuestros hogares, concentrada la mente en el ayer luminoso, un examen cabal de conciencia, a fin de que los buenos se sien- tan fortalecidos en su conduct y los reprobos y malos se rege- neren y se enmienden al peso de la montafia de sacrificios y dolores, base y asiento hist6rico de nuestra nacionalidad. Y en esa mirada retrospective, que abarca tres cuartos de siglo, desfilan por nuestra mente, tocada del Wxtasis patri6tico, ora el precursor en su empefio de despertar a los cubanos del letargo fara6nico de cuatrocientos afos de esclavitud, fertili- zando con su sangre la tierra donde habia de germinar la liber- lad y anunciando prof6ticamente por boca de aquel estoico que se llam6 Goicuria, en las gradas mismas del patibulo, "muere un hombre, pero nace un pueblo"; ora el revolucionario de temple f6rreo retando a la monarquia de Carlos V a desigual porfia; ora el emigrado, cargado de familiar y exhaust de recursos, quitindole a sus hijos el pan de la boca para nutrir los fondos de la guerra; ora la mujer, menuda de cuerpo, pero grande de alma, de pflida tez y ojos de fuego, fortaleciendo al esposo, al padre o al hermano en su determinaci6n guerrera, siguiendolo a veces a traves de la manigua heroic y cruenta y sellando a ratos con el silencio definitive de la muerte el secret del dep6sito de armas o del botiquin de medicines. La caravana de los mirtires es.tan numerosa que no per- mite la cita de nombres. Es por ello que el Congreso no ha podido sefialar, solemnizindola, la fecha de cada uno de nues- tros Mirtires o de nuestros Pr6ceres, sino que a semejanza del pintor que resume y simboliza en un tipo las caracteristicas de una raza o de un pueblo, ha solemnizado en la fecha infausta de la muerte de Antonio Maceo, el mis grande de nuestros caudillos y de Francisco G6mez Toro, el imberbe bravio y he- roico, la caida de todos los Mfrtires, lo mismo la de aquel cuyos restos han sido recogidos en el sagrario de una tumba cono- cida, que la del infeliz cuyos despojos mortales, espareidos en la inmensidad de nuestras sabanas, en lo mas agreste de nues- tros bosques o en los picachos de nuestras montafias, esperan sin consuelo la mano amiga que les d6 una fosa, la cruz sen- eilla que perpetde su memorial, la flor que los arome o la lfgri- ma bienhechora que los riegue. Permitidle, pues, al orador de esta noche, influido por el prop6sito del Congreso, que contraiga sus palabras a la figure colosal de Antonio Maceo. "came y hueso de leyenda fundida