LA OBATOIA EN CUBA zobre su eadiver, aun tibio, juraron los revolucionarios con- tinuar luchando hasta veneer o morir, porque s61o asi se ha- cian dignos de la posteridad, porque s61o asi honraban la m, moria del gran libertador... Soldados valerosos y decididos recogieron su cadaver. Las balas de los fusiles de Cirujeda habian afiadido tres nuevas jneridas en aquel cuerpo de hercules, que ostentaba, a mane- ra de sublime tatuaje, la historic de su pueblo, escrita con (ici.trices. Y en una noche silenciosa y triste, aterrados y liorosos, cumplieron sus compafieros el penoso deber de dar- le sepultura bajo la propia tierra que tantas veces regara con su preciosa sangre. Todavia, no obstante el largo tiempo transcurrido-y aunque 61 vive y vivira siempre en nuestro coraz6n y en naestra mente-, no han podido o no han querido los distin- tos gobiernos de la Repfiblica fundir con el bronze de los ca- fiones enemigos la estatua ecuestre del guerrero insigne. S6- lo el modesto mausoleo levantado en los montes del Cacahual re-uerda al caminante o al viajero que aqui vivi6 y muri6 aquel genio de la guerra que se Uam6 Antonio Maceo... Hoy, siguiendo la traditional costumbre, ha desfilado ante esa tumba el pueblo eubano, para depositar sobre ella la double ofrenda de sus flores y de sus lagrimas. Pero no conmemora- mos unicamente en esta fecha amarga y luctuosa la muerte de Maceo, de su adolescent ayudante Francisco G6mez, de Alfre- do Jfistiz y de todos aquellos que sucumbieron en la trigica aeci6n de Punta Brava. La Repiblica, agradecida y justicie- ra, ha querido que en este dia inolvidable rindamos tambien un tribute de amor a la memorial de cuantos cayeron, defendien- do el supremo ideal, en el largo calvario de nuestras contiendas; de todos aquellos que realizaron heroismos y sacrifieios inena- rrables, teniendo por amplio scenario los campos de Cuba, esos campos de primavera eterna, en donde no hay un llano que no se haya estremecido al loco galopar de los corceles en cargas fa- bulosas; en donde no hay una vereda que no haya sido testigo de un encuentro, ni un rio que no haya visto sus limpidas aguas tefiirse de sangre generosa, ni una palma que no dB sombra a la tumba de un h6roe an6nimo; y en donde la rauda brisa, al pe- netrar por entire las ramazones del sileneioso bosque, a la ho- ra indecisa y solemne del erepiseulo, parece como que entona