LA ORATOBIA EN CUBA se habian esfumado en el incierto horizonte de la patria. Y fu6 entonces cuando, secundado por un grupo de patriots irre- ducibles, hubo de erguirse como un titin y despreciar los ha- lagos del astuto y engaiador virrey. Preferia seguir luchan- do, morir en campo abierto o a la sombra del impenetrable bos- que, antes que aceptar una paz que consideraba humillante para las armas cubanas. Mas la realidad, imponente y cruel, se encarg6 de mostrarle la inutilidad de sus nobles esfuerzos. Y vencido por las circunstaneias, decepcionado por la debili- dad de la mayoria de los suyos, convencido de la ineficacia de su actitud intransigente, hubo de ceder, al fin, clamando contra una Providencia que consentia impasible la anulaci6n de un pro- p6sito noble y levantado. Y 6l, que halagado de mil modos por el Pacificador espafiol, pudo haber logrado cuanto hubiera que- rido en el orden de las satisfacciones egoistas, prefiri6 la expa- triaci6n y la pobreza, las nostalgias de la patria ausente antes que una sumisi6n indigna y bochornosa. Y una vez conveni- da paz, a cuyas negociaciones permaneci6 ajeno, solicit salir del pais; y cual raudo meteoro, con la rapidez vertigi- nosa del que huye de un ambiente deletereo, se traslad6 desde la manigua hasta el buque que habia de levarlo a playas ex- tranjeras. No quiso permanecer un instant mis en la patria que volvia a su condici6n de colonia sufrida e impotente; no quiso ver, d6cil y resignado, que la bandera de sus anhelos, a cuya sombra peleara en tantos y tan refidos combates, se ple- gara entristecida, ocultando los bellos colors que tantas veces reeibieran las earicias del Sol en las grandes batallas por la libertad... Mueho tiempo err6 Maceo por las repfiblicas de la Am6ri- ca Central. El, como casi todos los cubanos proscriptos, en- contr6 carifosa acogida en aquellas tierras hospitalarias. Los gobiernos lo colmaron de atenciones y honors, y hasta le ofre- cieron distinguidos puestos en la administraci6n del pais. Pe- ro no era eso lo que deseaba el invicto caudillo. A los gran- des honors, a las delicias de las fiestas palaciegas, a la vida plicida y fastuosa del alto bur6crata en tierra extraia, preferia los rudos azares de la guerra, en pleno campo cubano, sufrien- do las torturas del hambre, escuchando y recibiendo las des- cargas enemigas, contemplando el flameante pabell6n ennegre- cido por la p6lvora, desgarrado por las balas; pero sirviendo de