OCTAVIO DE LA SUAREE solver las dificultades, protegiendo mi cuerpo y mi espiritu, defi- niendo mi vocaci6n y acrecentando mi personalidad. Biculo indis- pensable, los he encontrado siempre al servicio de mis mis cars intereses. JPues no dijo mi madre, cuando de seleccionar plantel para mi segunda ensefianza se trataba, -"Ese de la calle de Pinillos no me gusta, porque no deben estar los profesores muy seguros de los m6todos que aplican, ya que no se anuncian en ninguna parte, decidiendo con ese criterio mi in- greso en otro, en "La Progresiva", que si hacia publicidad? De la misma manera que, de adolescent, un anuncio -y lo que es mis ejemplar todavia tambi6n: la falta del mismo-; determina- ron el institute en que estudiaria, a otros anuncios, de joven, debi mi primer empleo; de hombre, mi primer negocio; de ciudadano, mi primer opinion political; de soltero, mis mejores diversiones; de casado, la instalaci6n de mi hogar; de padre, excelentes m6dicos y clinics para mi hijo; de jefe de familiar, un previsor seguro de vida; de professor, la renovaci6n constant de mi t6cnica; de amigu. amplio circulo para mis relaciones personales; de lector, buena prensa, buenos libros. Y tan decisive y venturosa ha sido para mi la tutela del anuncio, el "mentorazgo" de la publicidad que, vivo, estoy tan convencido de que le debo mi buena salud y su preserya- ci6n, como, muriendo, lo estard de que me proporcionari funerals apropiados. Puede que alguien, al leer esto, piense que exagero. Nada de eso. No hace much, en presencia de la defunci6n de cierto fami- liar, oi decir a un doliente a quien proponian los servicios de cier- ta agencia de pompas fuinebres: -No la conozco. Jamis la he visto anunciada... Y tan persuadida se hall la humanidad de que tiene que enco- mendarse para todo al ingel tutelar de la publicidad -el Gabriel de la Anunciaci6n del mundo moderno- que los franceses, pueblo que ha elevado a cierto rango la nutrici6n y la capilla ardiente, -esto es: lo que hace vivir y lo que expone a quien vivi6-, acaban de demandar que se estampe otra vez, en los menfis de los restan- rantes, las cifras reveladoras de la conversion a calories de todo plato, para asi consumer las vitamins necesarias y de saludar, con evidence simpatia, la reaparici6n del Courrier des Dgcis (El Correo de las Defunciones), peri6dico destinado, como su nombre indica, a anunciar las que ocurren, con expresi6n de los m6ritos individua- les que pierde la sociedad con cada una. La ejemplaridad del anuncio es, por tanto, incontestable. De la cuna al sepulcro, su esencia -la idea produce la realidad- nos en- vuelve y nos dirige, conformindonos y orientindonos. Reside, pues, en la publicidad, toda una moral social. Se argfiiir, tal vez, que de ella, cuantos derivan beneficios de otra indole, han hecho tam- bien una moral econ6mica. A ese argument responder6 con la opinion de don Enrique Jos6 Varona, quien decia que "la moral social se asienta, y consolida sobre la econ6mica como el capital so- bre la column" (173). (173) La temAtica de este fragmento consisti6 en confrontar las expe- riencias anAlogas, y a veces contradictorias tenidas por diferentes alumnos.