EL JUEGO DEL PAPALOTE la humedad y de ellos han hecho uso muy comfin y ftil Rotch en Boston; Teiserenne en Paris; Asseman en Alemania, etc. Franklyn, el gran Franklyn, norteamericano, sac6 el invento del pararrayos, empinando papalotes y mediante uno de 6stos en tarde tempestuosa descarg6 la electricidad de una nube, cosa que podemos hacer cuando se nos venga en ganas, empleando un hilo de seda terminado por una punta de metal buen conduc- tor. Franklyn se divertia cargando botellas de Leyden y pro- duciendo chispas que asustaban a sus acompafiantes. Se ha demostrado, ademAs, por el empleo del papalote que el aire, aun en tiempo bueno, contiene electricidad. II El papalote cubano es mny interesante, no tanto por la forma como por los movimeintos que se le imprimen, una vez elevado, y todo hace career por lo ya expuesto, que nos lo trajeron los chinos antes de los tiempos del General Tac6n. La superficie plan del papalote se ajusta con cordeles en dispo- sici6n que present la cara anterior de frente a la brisa y se sostiene en equilibrio en el aire por el contrapeso que hace la cola o aditamento que se coloca al extreme inferior para balan- cearlo. Generalmente, fuera de Cuba el panalote se eleva y permane- ce quieto en el espacio, meeido lentamente por las corrientes de aire que le impulsan y sujeto por el hilo que sostiene su duefo. La forma usual del papalote es un cuadrilitero con los lados ligeramente encurvados; el tamafio corriente es de dos cuartas de largo por unas 7 pulgadas de ancho. Se emplea tambi6n el trazado enteramente recto a lo que llaman catana. La viudita es el papalote corriente, pero con unos flccos de papel en los bordes que el viento hace mover y vibrar producien- o un ruido especial. El papalote, por la disposici6n de los frenillos y el impulso a que se le somete recogiendo rdpidamente el cordel, con ciertos movimientos hibiles de las manos, se traslada a derecha e iz- quierda cambiando, o sea haciendo un ripido cabeceo cuya vuelta enter impide por obligado equilibrio el propio peso de la cola; y merced a esas evoluciones mis o menos graciosas que