BETIRO DE PERIODISTAS n6micas se inclinaba a favorcer los Estados del Sur, Dickens proclamara que "ninguna causa justifica una guerra". FuE, a la verdad, una raz6n de cobarde y absurdo pacifismo, mas grave afn en quien habia profetizado la guerra civil como finica salida de un sistema ignominioso. Sin embargo, a l1, a Carlos Dickens, el poeta de los humillados, de los veu- cidos, de los pobres de espiritu, le habia ginndo sinceramente la simpatia la re- denci6n de los negros. En Nueva York fue a visitar sus reunions, a sumergirse en el horror de sus obscures y hediondos subterrAneos. No tenemos noticias ile que exist una version espafiola de sus "Notas americanas", done nos ofrece euadros de plasticidad conmovedora. Otros son regocijadamente pintorescos, como al describir un baile tipico. "El corpulento negro violinist -escribe en las "Notas"',- y su amigo que toea cl pandero, golpean sobre el entablado de la pequefia plates y tocan un bullicioso comp&s. Cinco o seis parejas se paran en el suelo, dirigidas por nn negro vivaz y joven, que es el alma de la fiesta y el mAs grande bailarin co- noeido. Nunca deja de haeer muecas extrafis, y es el encanto de los demas, que sonrien de oreja a oreja, incesantemente... Pero el bailey comienza. Cada ca- ballero se coloca todo el tiempo que desea frente a la dama opuesta y la dams frente a Bl. Se tardan tanto que la diversion languidece, cuando le pronto el vi- varacho h6roe se lanza al restate. Instantaineamente el violist sonrie y la em- prende con tes6n. Hay nueva energia en el pandero. Nueva risa en los hail:l!o- res. Nueva sonrisa en la patron. Nueva confianza en el patron. Nuevo brillo, afin, en las mismas velas. Restregamiento de pies aislados; restregamiento de pies doubles. Y asi, eastafieteando los dedos, haciendo girnr los ojos, girando sobre las rodillas, presentando de frente la parte trasera de las piernas, dando vueltas sobre las puntas y talones, como nada voltearia, a no ser los dedos del hombre sobre el pandero; bailanda con dos piernas izquierdas, dos piernas derechas, dos piernas de palo, dos piernas de alambre, dos piernas de resortes, today clase de piernas y ninguna pierna, 'qu6 mis le da a dl?" Pero !Ia deIocrip-i6n del baile negro. con ser de una exactitud admirable, no logra sorprendernos como la gozosa evoe:'.'11iu de los cerdos que entonces transitaban por las calls neoyorkinas. "'iOtra vez en Broadway! "-escribe Dickens, y a continuaci6n afade: "Te. ned euidado con los cerdos. Dos majestuosas puercas van trotando detrAs do este carruaje y un grupo select de caballeros puercos acaban de doblar la esquina. Aqui estf uno solitarie, rumbo a su casa. No tiene mAs que una oreja, pues ha perdido la otra con los perros vagabundos (n el curso de sus paseos por la ciu- dad. Pero va muy bien sin ella. Hace una viild errant v eaballeresca, alpo p a recida a la de nuestros hombres de Club. Abandona su domicilio a una horn de- terminada todas las mafianas, se echa sobre 1:s -.alles citadinas, pasa el dia de al- gfin mode para 61 satisfactorio y retorna con ,uintutlidnd a Ils pIiertas de so -:nsa durante la noche, como el misterioso amo de Gil Bias". Para Dickens, con traviesa ironia, se trata nada mnnos que de "un cerdo re- publicano, que va donde le place y se mezela a la mejior soeiedndd. Es un :'r n fil6sofo, pues en muy pocas ocasiones se connuieve, a no ser por e( ataqi!.;' oportuno de los sefiores perros, que campean gloriosamente a trav6s de la urbe. El breve euadro tiene el candor de una estampita rdstica de las pobres vi- llas criollas; pero es una postal autdntica del Nueva York de haee noventa v cinco afos. La reminiscencia puede servir de consuelo a los sufridos pobladores