BETIRO DE PEMIODISTAS EL NUEVA YORK DE DICKENS Por Rafael STENGER Cada viajero de Europa que arriba a la joven America se consirera 61 inis- mo un poco Crist6bal Col6n. Viene a descubrirnos de nuevo, con los ojos inqui- sitivos de los aut6nticos descubridores, y asi es ahora, como fu6 siempre, desle el fortuito hallazgo colombino. El descubridor trae invariablemente en su bagaje, junto a la ropa de uso y el cuadernito de apuntes, la mania sacrilega de las compa- raciones. JamAs se ofrece al suelo descubierto con el homenaje amoroso de la en- trega, sino que estA siempre en razonada actitud de critic. Parece que no le im. porta ver y comprender, sino ver y comparar. Siempre cotejar6 el panorama de Am6rica con los recuerdos lejanos de su Europa. Igual que don Juan de Castellanos y don Alonso de Ercilla, en los viajes po6ticos y hazaiiosos del siglo XVI, los moder- nos descubridores siente la fruici6n de esos contrasts. No es extraio que Paul Morand-cosmopolita, pero francs antes que nada,-termine su lirico elogio ide Nueva York con aquella diab6lica sonrisa: Nueva York, capital de los nifios pr6digos y de los n:fios prodligios, inada es tan bello como Paris!" Seguramente que Paul Morand no hubiera pretendido tan indiscreto elogio de una ciudad europea, y menos cuando no haya relaci6n possible entire una y otra. El gigantismo birbaro y geom6trico de Nueva York no admite paralelo con la Agil gracia parisina. Son verdaderamente dos mundos extrafios. Pero no import, des. puds de todo, el frivolo Paul Morand, si Carlos Dickens, a pesar de su genio, tam- poeo pudo vulnerar la regla dorada. En Enero de 1842, sali6 Dickens de Londres para los Estados Unidos. Apenas ha cumplido treinta afios; pero ya es ruidosamente c6lebre, como jams, hasta en- tonces, ningdn otro novelist lo habia sido. Desde ]a publicaci6n de los "Sket. ehes", habia ofrecido seis grandes novels a la curiosidad del pflblico victoriano. De la primer entrega de los "Papeles de Pickwic" comenz6 por cuatrocientos ejem- plares y a la d6cima quinta no le bastaron cuarenta mil. Los lectores impacientes no aguardaban la habitual Ilegada del carter. Iban a la estaci6n del ferrocarril para arrebatar anhelosamente los nuevos folletines. Y, en el apogeo de tal gloria, plane6 Dickens su primer viaje a los Estados Unidos.