Pasaron algunos meses sin que don Marcial se fijara en su cocinera.
Sin duda, la mala vida que Ilevara anteriormente la habfa privado de
todos sus encantos. Fue en el servicio de don Marcial donde Dominga
adquiri6 su hermosura provocative y atrayente. Muy pronto engrues6.
Sus carnes se pusieron duras por esta causa. En el batey muchos ojos
se fijaron en ella y en mis de una ocasi6n, en la bodega, don Antonio,
Abelardo y hasta el mismo Chencho le Ilamaron la atenci6n. Mucho
tiempo pas6 don Marcial observindola en todos los moments en que
podia hacerlo. Dominga por su parte se conducfa bien. Lo atendfa
con verdadera solicitud. Poco a poco se fue ocupando de casi todos
los quehaceres de la casa. Hacia la comida, cuidaba de la limpieza,
le hacia la cama. Echaba a lavar la ropa y la arreglaba. Le pegaba los
botones.
 Una tarde, a poco de Ilegar del campo, don Marcial llam6 a Do-
minga:
 -Quftame estas polainas, que estin muy enlodadas, y livamelas.
 Quedaron muy limpias. Nunca las habia visto con tanto lustre.
 Una semana despues, mientras almorzaba:
 -Dominga, anoche sent muchos mosquitos.
 Ese dia se arregl6 el mosquitero, que tenia algunos agujeros.
 Don Marcial durmi6 sin molestias.
 (Que mis podfa apetecer? La comida no podfa ser mejor. Dominga
era limpia y tenia gusto.
 Pero una tarde cayeron unos fuertes aguaceros en La Inocencia.
Don Marcial permaneci6 en casa. Dominga, que habia terminado
sus oficios, estaba sentada en la galeria trasera, porque la cocina se
aneg6.
 Don Marcial resolvi6 acostarse. No tenia suefio, pero deseaba des-
cansar. La lluvia no cesaba. Hubo que cerrar todas las puertas.
 -Dominga, Dominga -dijo don Marcial-, cierra esa ventana, que
entra el agua.