trafa sin juicio. Si 61 se viera con un arma asf, iqu6 hombre se le pondrfa
por delante! iMarfa Santfsima! iQuien se atreverfa a roncarle duro! Con
un arma como esa no habfa sujeto que no lo respetara. Y cuando Ro-
sendo se ponfa a hablar de la pistola del bodeguero no acababa nunca.
 Rosendo Santana era uno de los trabajadores mis conocidos de La
Inocencia. Alto, moreno, con ojos expresivos, palabra ficil. Lucfa una
cicatriz muy visible en el rostro. Conocfa todo el Este. Trabaj6 en casi
todas las fincas. Su historic parecfa interesante.
 Una vez le dijo al vale Alipio, en la bodega:
 -Yo asf, viejo como toy, no me cambio por estas porquerfas. Los
hombres de ahora, vale, son muy blanditos.
 Por delante del mostrador en la bodega siempre hay gente. Campe-
sinos que vienen expresamente a La Inocencia a hacer sus compras des-
de las secciones pr6ximas, peones sin trabajo que van allf a pendenciar
o a buscar la oportunidad de un enganche. Campesinos que regresan
a sus casas, despuds de haber realizado sus ventas en otros bateyes y
de paso compran aquf lo que les hace falta: sal, pan, azdcar o galletas.
Trabajadores que van a canjear sus vales por provisions. Allf se oye
hablar de todo. Del tiempo, de la zafra, los trabajos, de los gallos, de
las mujeres.
 Es la bodega un punto de reuni6n. Por las tardes, cuando la peona-
da regresa del trabajo, se forman grupos por delante del mostrador de
dos, de cuatro, de seis, de mis. Los dependientes van y vienen, pasando
arroz, pasando azdcar, envolviendo arenques, cortando bacalao. Entre-
gan dulces, despachan tragos, andullo, tabacos, cigarrillos.
 La bodega tiene sus horas de bastante movimiento. Cuando la peo-
nada estd en el batey, tiene sus horas muertas, a media mafiana, a me-
diodfa. Un solo hombre puede hacer entonces el despacho. Hay dfas en
que el movimiento es extraordinario, el dia de pago y si este se efectda
un sibado, el domingo siguiente es el dia en que mayor valor alcanzan
las ventas, los dependientes no dan abasto. Se oyen gritos, hay vocerfo.