FRANCISCO GREGORIO BILLINI


el aposento. En la sala se hallaba Eduardo Li madre
demostrando su disgusto habia murmurado algunas pa-
labras respect a la actitud indiferente en que pe--
manecia la hija.
 Luego se sucedi6 un profundo silencio. El. miedo,
como cuando se teme una desgracia, habia invadido
aquellos corazones, y hasta el aire, en aquel pequefi',
espacio, parecia star ernocionado.
 --Yo no s6 hasta cuando espera esta muchacha?
<Qu6 es lo que pretende?-clam6 al fin la madre inter-
pelando a la hija.
 Antofiita como una loca se levant de la silla, y
con uno de esos arranques extraordinarios que salen
del coraz6n como desbordado torrente, acercandose a
ella, palida, grave, temblorosa le dijo:
 -iNo puedo mis! ino puedo mas!---- Yo no me
caso, yo no me caso! s6palo usted, y s6panlo todos.
 --Qu6 estis diciendo? equ6 no te casas?-exclam6
la madre con la sorpresa y el dolor del' que acaba de
oir una tremenda noticia.
 -iSi, si, no me caso porque no quiero cometer un
crime! iprefiero morirme, morirme mil veces!
 --Estis loca,? dAntofiita? cNo digas eso, no lo
repitas?
 --Y c6mo no repetirlo si yo no lo amo, si yo no
 amo?----Y a l1 mismo se lo dir6, ya que nadie se lo
 dice-y acercindose a la puerta con la mayor desspe-
 raci6n grit6:-iEduardo! iEduardo!-----
 -iDios mio! iDios mio!-exclam6 la madre ca-
yenodo an el suelo acometida de un ataque.
 --tQub es esto? qu6 sucede?-pregunt6 Eduardo
 urwndQ al aposento con Alicia y Aurelia.
 --Perd6namel----iYo se que tu eres bueno perd6-