ENGRACIA Y ANTONITA


despu6s de hacerse los reproches que le sugeria su deli-
cado sentir, procur6 combinar la manera de reparar la
falta. Se fu6 a su armario, abri6 Ia gaveta en d'nde
guardaba su dinero, y registrAndola parsimoniosamente,
sac6 de ella una onza que habia economizado, con el
fin de gastarla en el monument del Jueves Santo, y
tres pesos en plata, que era todo lo que constituia su
capital.
 -Esto no alcanza-murmur6 como si hablara con
ot-a persona.-Faltan tres onzas. eC6mo hago para con-
seguirlas? Y despu6s de esta pregunta se qued6 un ins-
tante cavilando.--Ah!--exclam6 repentinamente:-em-
pefiar6 las prendas.
 Se referia a dos cadenas, un medall6n y un alfiler
de oro, que le quedaban como resto de la herencia de
su abuela materna, y que se habian salvado de las ca-
ridades que hacia.
 A la mariana siguiente, estuvo largo rato orando
antes de decir la misa. Si en San Carlos hubiera habido
otro sacerdote, es seguro se hubiera reconciliado. Cuan-
do volvi6 de la iglesia a su casa no quiso tomar la taza
del caf6 con leche, ni el pan con que acostumbraba d'es-
ayunarse. Habia hecho la promesa de no comer nada
mientras no repusiera le suma. Pas6 casi todo el dia
inquieto y desazonado, pues hasta por la tarde no pudo
conseguir empefiar las prendas Tan pronto hubo oscu-
recido, mand6 a buscar un coche de alquiler, y yondose
a la ciudad entreg6 por fin los talegos a la esposa e
hijas de Don Antonio, a quienes con horas de antela-
ci6n habia anunciado la visit.