ENGRACIA Y ANTOTsITA


A cada moment un Iropez6n. el palo o las ramas del
arbol seco que les impedian el paso, el desvio, entire
las piedras, del rumbo que llevaban o del sendero por
donde iban, u otro cualquier incident las obligaba a
detenerse. El cuidado constant de asegurar, con sogas
de- amarre, las arganas del burro, fu6 tambien motivo de
muchas dilacicnes. En una vez en que la madre se ha-
bia adelantado algunos pasos para hacer esa operaci6n,
tuvo sobresaltada que retroceder al oir los desesperados
gritos de Dolores.
 ---iMama, corre, corre; Engracia se ha dado un gol-
pe de muerte!-decia la muchacha en Ia mayor con-
turbac'6n.
 -No, no ha sido nada,-se apresur6 a interrumpir
Engracia, levantAndose del suelo.
 -iC6mo! eno es nada? iDios mio, y esa sangre! ly
esa sangre!
 --Hija mia, d6nde te has dado?-le pregunt6 la
madre acercAndose a ella, S enternecida, casi llorando
le-tocaba carifiosamente la cabeza.
 -No, sefiores, cAlmense, yo no me he dado golpe;
tropez6 en esa mala vasada y cai, pero no me he hecho
nada, repito. Esa sangre que sinti6 Dolores al coger mi
paiuelo es de las manos. En la caida me he lastimado
los rasgufics que me hizo la barreta,--contest6 la bon-
dosa joven con su dulce voz y no sabiendo c6mo des-
vanecer aquella mala impresi6n.
 i-Ay! iJesuis!- ----exclam6 la madre desahogando
-e este modo su pecho con el comprimido suspiro.
 A este tiempo el burro que, a causa, de la jorprea,
lo habian dejado suelto y por su cuenta, lanz6 a low
aires su escalado rebuzno.
 -iDios mio, el burro! jel burro!-gritaron todas