FRANCISCO GREGORIO BILLINI


 -iUn caballo! iun caballo! jBiusquenme un ca-
ballo!
 Don Postumio, en aquel instant, como el heroe
del poeta, hubiera dado tambi6n su reino, si lo hubiera
tenido, por conseguir un caballo.
 Entre tanto se oy6 la griteria de una horda de
los invasores que venia por toda la calle.
 -iHuya! iVenga! iCorra!-le dijeron los cinco ba-
nilejos que habian acudido a su casa, salvando desde
luego la puerta.
 Las mujeres de la familiar de Don Postumio, en
equella tribulaci6n le impidieron el paso empujandolo
al aposento.
 -iDios mio!----te matan - -aqui- -ociltate aqui--
--grit6 una de sus hermanas, queriendo que se metiera
debajo de la cama.
 -Yo, meterme debajo de una cama,--contest6 Don
Postumio, rechazindola.
 -No, en el soverado---- pronto, pronto, jhijo mio!
----exclam6 su madre en la mAs grande de las angustias.
 A esta sfiplica irresistible de la madre atendi6 61
legando a subir tres escalones de la escalera de palo
que conducia al dicho soverado; pero repentinamente
volvi6 a bajar al oir la voz de la hermana que decia:
 -No, mama ahi no----lo cogen----aqui- -aqui aden-
tro------y sefialaba abriendo la tapa de un bail vacio
que estaba en un rinc6n del aposento, Don Postumio, sin
perder tempo, agazapando su flacucho cuerpo, cuanto
pudo, se meti6 en 1l.
 Mientras que todo esto ocurria, con la rapidez de
algunos segundos, el grupo de los insurrectos, sin ocu-
parse en otra cosa, pasaba corriendo en persecuci6n de
los cinco individuos que salieron de la casa.