FRANCISCO GREGORIO BILLINI


pasaba. Orgullosa hasta lo sumo se mortificaba al ver
abatido su am-r propio. Su delicadeza se revoluciona-
ba al sentir abrigado en el fondo de su alma, como en
oscura guarida, el secret que para ella era un crime.
eC6mo disimular por mis tiempo la que siempre habia
odiado la hipocresia? iTerrible angustia era la suya!
Pero, apor que demonio, o por qu6 castigo del cielo ha-
bia concebido una pasi6n tan vehemente? Y, jc6mo y
cuindo la habia concebido? Enrique era un perverse;
puesto que con sus insinuaciones se la habia inspirado.
Aquellas confidencias mutuas; aquellas quejas tan sen-
timentales; aquellos versos leidos por 61 en su presen-
cia con tanto entusiasmo; aquella hipocresia de exagera-
do romanticismo; aquellos elogios prodigados a su ta-
lento, a su caricter, a su originalidad, en fin, eno ha-
bian sido medios endemoniados para conquistarla? ePor-
qui desde un principio no se decidi6 a hablarle de amor?
!Por qu6 no le dijo siquiera una palabra? iAh! ienton-
ces hubiera sentido el mis profundo desprecio por 1l!

 II.
 La iltima vez que se vi6 con Engracia, sufri6 de
una inanera horrible porque se crey6 vendida al exal-
tarse con violencia, cuando aquella expresaba sus temo-
res por Enrique, y por su herida, y por el peligro que
corria si Felipe Ozan y los enemigos lo hallaban en el
pueblo:-lLo matan! ilo matant iel pobrecito!--dijo En-
gracia llorando.
 -iAyl ide ellos si tocan siquiera un cabello de En-
rique! Te juro, Engracia, que dejo de ser mujer, porque
Imuero matando!
 A este desborde de Antofiita, tan impropio de su
educaci6n, expresando con fuego y acompaiiado de un