ENGRACIA Y ANTOIITA


 -iT6 no me quieres, ingrato!--decia ella con los
ojos anegadcs en l6grimas, cuando Enrique le escondia


sus mufiecas; y
agrias palabras,
simpleza suelen
entristecia tanto,
para consolarla.
 Pero, asi y
los moments de
impresiones del
lado flaco de 61,


otras veces, cuando la reprendia con
en esas querellas que por cualquier
armarse entire los niiios, Eugenia se
y Iloraba tanto, que costaba trabajo

todo, tambi6n le llegaben a Enrique
pagar su tribute en ese cambio de las
coraz6n; pues comprendiendo ella el
cuando queria bromearlo, se apartaba


de su lado para ir adonde se hallaban jugando otras ni-
iias y nifios.
 Enrique se ponia furioso y sus celos se desborda-
ban en improperios contra ella.
 Eugenia, al verlo asi, tan incomodado, se reia a
carcajadas, y precipitAndose hacia 61 le daba un golpe-
cito carifioso en la mejilla dici6ndole:
 -Te cogi, tontico, ifu6 por vertel-----
 De ese modo se contentaba Enrique, y despu6s de
inocentes explicaciones, se acordaban las paces, y se ofre-
cian las m6tuas garantias de no volver a refiir.
 Asi pasaban los afios de su infantil edad. A menudo
se les veia jugando en los patios de sus casas, ora bajo
los platanos, o ya junto a las flores.
 Alli se compartian las frutas y los dulces, que la
una y el otro se guardaban para traer a sus festines,
en donde se los comian en placido saboreo, cambiAndose
y distribuyendose por igual los bocados. Alli se mez-
claban y se confundian las mufiecas con los mates; los
sombreritos, vestidos de ellas, con los trompos las esco-
peticas y los sables de 61; haciendo Enrique de hembra
muchas veces en los juegos y Eugenia Maria de var6n.