FRANCISCO GREGORIO BILLINI


 --Qui no existen? no, Antoiiita, eso no es un in.-
 vento. Esa carta, ese peri6dico no dejan duda.
 -Pero, Za qu6 ese empeiio de que tu vieras la
 carta ? NNo ves claro su maligna intenci6n?
 -Si, que la veo, pero ese no es el asunto que me
 importa,--contest6 Engracia, en tono de inconformidad,
 y revelando siempre ese espiritu de justicia que le tra
 caracteristico.--Como quiera que sea, me figure que si
 a mi me pasara lo que a esa pobre, mi valor no tea-
 dria fuerza para tanto. iYo me volveria loca si E.n-
 rique me olvidara! Si, Antoiiita, esa es la consideraci6n
 que hago, consideraci6n que me atormenta iomo si
 tuviera un enorme peso encima, y por eso nu puedo
 resignarme. Ademas, yo hubiera deseado que el hombre
 a quien yo amo, al hacer la comparaci6n del amor de
 otras mujeres con el mio, hallara el mio iinmensamente
 superior!
 -jAh! si, si, jinmensamente superior! balbuce6 An-
flita dejando escapar esas palabras como suspiros aho-
gados que involuntariamente hubieran salido del pecho.
 --Ves c6mo esa Eugenia Maria-prosigui6 En-
gracia, sin fijarse en el arrebato de su amiga-por quien
no siento, no siento, te lo juro, ni odio ni compasi6n,
sino mfs bien celos y envidia, de cualquier modo que
sea, es mi rival? eY la igualar6 yo en pruebas? Ella
am6 a Enrique, y una vez que 6ste no la ama, se hace
victim de ese amor; desprecia su juventud; rompe el
prisma en que pudieran dibujarse los colors de otras
ilusiones; olvida los placeres del mundo; compete la bar-
baridad de matar con remedies el pelo que se corta
para que no le nazca mis, afea su semblante sufriendo
los dolores de las quemadas de esas tinturas para que
ni adn le quede sombra de duda a Enrique de la sin-