ENGRACIA Y ANTORITA alta voz que, toda la gente, hasta los clerigos desde el presbiterio, no pueden prescindir de volver la cara. Cuando viene el moment en que el Cura sube al pulpito, despues de concluida la salutaci6n en que se agita todo aquel oc6ano levantando el ruido que hacen las mujeres al sentaise, el temple queda en pro- fundo silencio; nadie se atreve a interrumpir la voz del orador que ensa!za a la madre de Dios-hombre So- lamente Candelaria OzAn, con sus impertinentes secre- teos, tiene ya en gran mortificaci6n a Engracia y a An- toiiita. Acercando la cabeza al oido de la primer le ha dicho:-Engracia, tengo que contarte una cosa so- bre Enrique que te interesa.-A la segunda vez que le repiti6 las mismas palabras, Engracia, le contest6:- Si Sefiora, esta bien. Pero sin embargo de que nuestra protagonista, al principio no hizo caso al dicho de Candelaria; pensan- do en ello, se sinti6 intrigada en su interior, y aquella serenidad con que la vimos entregada al. libro de ora- ciones que tenia en las manos, huy6 de su espiritu por algunos moments. Candelaria, en su tema de importuna, no dejaba pasar much tiempo. Cuando la campanilla anunci6 el Sanctus:-Miren el hip6crita de Don Postumio, haciendola de santu- rr6n,-les decia a las dos cuando Don Postumio reve- rente se inclinaba, y luego, cogi6ndola de recio con Don Antonio Diaz:-iVean, Seiiores, al estirado de Don An- tonio! Buenos palos le diera yo; eVdes. no lo ven Se- fiores?-Y Ueg6 a tal extreme con sus impertinencias, que Engracia, a pesar de su caricter moderado, le con- test6:-Mire que estamos en la Iglesia,-y Antoiiita a