FRANCIScO OREOORIO 8MLU6


sobre el coraz6n de Felipe como una braza de candela.
 --Oyeme,-dijo 6ete ya sin encontrar aplomno ni
 aim en su misma osadia,-tf creiste que yo al apretarte
 el tobillo lo hice con mala intenci6n-----
 --Indecente!-jese es el lenguaje soez que cuadra
 a hombres indignos como Vd!
 -No, Antofiita, no te alteres,-dijo Felipe poniin-
 dole la mano en el hombro al ver, que ella toda nervik-
 sa, so!taba el libro y se levantaba de la sills.
 -iAtrevido!--esclam6 Antofita, rechazAndolo con
energia imponderable-isalga Vd. de mi casual isalgal
jllga!-y al repetir estas .palabras volvi6 la espalda, di-
rifindose a uno de los aposentos, en serial de desprecio.
 Felipe no perdi6 tiempo; se le fu6 detras y asiin-
dose de ella, le dio un beso en la mejilla.
 Como pantera herida, o mejor dicho como un Angei
mAs divino ain con el fuego de la c61era a quien una
bestia ha tratado de empafiar los limpios cristales de
su rostro, muda de color Antofiita, busca con los ojos
algun objeto, corre a la mesa y apoderAndose de uno
de los vasos que sobre ella habia, tr6mula de indigna-
ci6n:-iVagabundo! exclama, y lo arroja a la cara de
Felipe. Este sorprendido de una acci6n tan heroic
como inesperada, salv6 precipitadamente la puerta y
huy6 a la calle.
 Antofiita, como se ha visto y se vera despubs, te-
nia siempre en los moments precisos arranques. ins-
pirados.