con Rosina fue un ensuefio, solamente, una loca pesadilla. Ya no sentiria de nuevo su ardoroso aliento, cuajado de gemidos, cuando tr6mula y convulsa, se agotaba de placer entire sus bra- zos. No volveria a escuchar su voz, quebrada por la emoci6n, susurrarle al oldo... ah... mon amour... mon amour... ni 1l coan testarle, su boca entire la de ella... Ma cherie... ma cherie! El perfume de su pelo, la frescura y suavidad de su piel blanca y sonrosada estremecida de placer bajo el peso de su cuerpo poderoso y eficaz... sus pechos, eminentes de belleza, erguidos y resplandecientes... sus muslos, hermosos y calientes, su fr;, gil cintura, sus hinchadas caderas, rebosantes de turgencia.., No la volveria a sentir, gimiendo de placer entve sus brazos, unidos sus labios en un tierno mordisco de lujuria inagotable... Se quedaria solo... Todos se iban para nunca mas volver... Y 1l, Trigarthon, el negro pescador, el Hijo del Mar, el Solita. rio de la Bahia... para qud lugar encaminaria sus pasos? El pro. fesor, que siempre le miraba sonreido y le hablaba con dulzu. ra... El doctor, que le daba palmadas en el vientre y le ponia nombres que dl nunca pudo comprender... Josefina, Madelai- ne, que le cuidaron en su enfermedad con carifio maternal... Y Vergara, que lo sac6 de su choza y lo puso a trabajar con estos extranjeros... iTrabajar! jPero si nunca trabaj6 iLo te- nfan como un adorno mis, como una curiosidad, acechAndolo en las noches alumbradas por la luna para verlo bafiarse en 'el mar! Le llamaban el Osiris redivivo, el joven Poseid6n... Lo concebian gcubierto de liquenes y algas, ayuntado con el mar, eyacunlando plancton, haciendo viajes misteriosos hacia el Mar de los Sargazos, en las noches tenebrosas del invierno, a velo- cidades submarines increibles... como un torpedo enloqueci- do...> Ya era la medianoche. Un silencio absolute reinaba en la casa y sus alrededores. Algunas estrellas rompian la densa os- curidad. Trigarthon sentia en las sientes los latidos de sus ve- nas. Su inquietud hacia que la cama crujiera y ese ruido le per- foraba los oidos. Estaba agobiado por la desesperaci6n. Sospe- chas y presunciones indefinidas le torturaban... Sus manos es- taban temblorosas y su frente cubierta de sudor. El aliento le faltaba. La ropa y los zapatos le pesaban terriblemente. Al le- vantarse de la cama sinti6 un miedo pavoroso. La soledad, el silencio, la negrura de la noche... Entonces, de repente, sus ofdos y su cuerpo todo escucharon una voz portentosa, gigan- tesca, milagrosa, aguda, chirriante, que venia desde abajo...