cito y de revoluciones, guerras civiles o alzamientos que pro moverAn los dirigentes comunistas. -Sea lo que fuere, me voy -expres6 Madelaine-. Despi. dame de todos ellos. Digale al professor que tuve que partir. Di- gale cualquier cosa que excuse mi huida. iSil Me voy huyen. do. Con las primeras luces del alba llegard a mi casa y me lavar6 la cara, para dcspabilarme de esta pesadilla, dulce y amarga a la vez, en la que he vivido durante unos meses que gravitarin sobre mi vida para siempre. Ahora, adi6s, HAganse el amor en nombre de una solterona que estuvo a punto de en- tregArsele a un francCs adorable, professor de Est6tica, gastr6. nomo eminente, cultor de la elegancia... La Generala vuelve a sus chiqueros y a sus maizales. Adi6s. Y sali6, sonreida y calmosa. Al Ilegar al muelle y subir a su canoa, ech6 una iltima mirada a la casa de Anadcl, y se le hu- medecieron los ojos. Luego mir6 hacia el patio, y pens6 que allA, en su pabell6n, el pescador de los ojos azules dormia, co- mo un bendito... Trigarthon no dormia, como un bendito. Acongojado se mo. via, insomne, en su lecho de dolor. iPensabal Pensaba con pro- fundo malestar. Pensaba en su choza abandonada... Pensaba en la Bahia... Su Bahia, que alid abajo lo esperaba, lo llamaba, con clamorosa voz de oleaje, con gemidos yentes y vinientes que lo hacian estremecer... En su agitada conciencia la mira- ba, ondulante, amorosa, suplicante... iSi! La estA mirando. Y ella lo mira a l1, el uno frente al otro, condolidos. La Bahia encadenada, cautiva de su propio esplendor. oprimida por su obstinada belleza y su pertinaz agi- taci6n, y el mancebo decoroso, confiado en la pureza del alma. Se miran, la una frente al otro... Se conmiseran, se compade- cen, y en la penuria de su abandon buscan consuelo... LVale la pena vivir asi, aislado por la tara del color de la raza agraviada, por el estigma de la incultura y la afrenta de la pobreza? eEs, acaso, felicidad acariciar una piedra o escuchar el roce de las hojas o el crujir de las ramas que se quiebran? Habia sufrido el trasplante cegador desde una choza a un pa- lacio, de la escasez al derroche, y ahora estaba fatigado, aplas- tado por el peso de una realidad sangrienta, que le hizo ver