la vida privada de las personas. Vergara expres6 que lo cono- cia, que parecia un hombre sencillo. Agreg6 que tenia mAs de cuatro afios en el pais, como Embajador de Francia, y que se habia ganado las simpatias de la sociedad capitalefia. Repen- tinamente todos se quedaron mudos, al ver a Trigarthon que bajaba por el trillo. Trala puesto su corto pantal6n de bafio. AI llegar a la playa, se detuvo, indeciso. El professor lo ani- m6, pididndole que viniera a bafiarse con ellos. Entr6 al agua lentamente. Su mirada, inexpresiva, pasaba de un rostro al otro. Cuando ya el agua e IIlegaba a la cintura, se lanz6, vio- lentamente, y zambullido nad6 un gran trecho, mar afuera, ha- cia los arrecifes. Sac6 la cabeza, respir6 hondo, y volvi6 a zambu- Iirse, nadando ahora hacia el grupo. Al salir a la superficie, estaba junto a Josefina. Todos aplaudieron su hazafia y 61 se sinti6 complacido y sonri6, por primer vez desde que habia enfermado. Cuando Trigarthon subi6 la cuesta y se perdi6 de vista, Madelaine pregunt6: -iQuieren ustedes informarme qu6 es un embajador? Mi cri- terio es que se trata de un espdcimen de la fauna humana que estA a punto de extinguirse. En una libreria de la capi# tal comprd hace muchos afios, por pura curiosidad, un folleto titulado