un secret. He oido hablar much de tu discreci6n, y la voy a poner a prueba. Oyeme bien: Charles Croiset y yo somos amantes, pero la care que nos atrae no es esta de los muslos y los senos y los labios. Es esa que ves ahi. Ponte de pie, Al- bert de Mers, y mirala. iSe llama la Bahia! Los besos que nos damos son castos. Nos une el amor hacia esa Bahia que tienes frente a tus ojos, inquieta siempre, febril, ardorosa, vehement. Yo lo ensefid a quererla y se la he prestado, para que la goce como lo hago yo cuando la acaricio con la quilla de mi canoa y con el filo de los remos. Esa Bahia me pertenece. Su enorme longitud cabe en mis brazos, y la aprieto y la acaricio o la castigo, como el domador a la fiera enjaulada. Ahora tu amigo el professor Croiset compare conmigo esa monstruosa pose- si6n. Cuando lo traigo a este cayo, nos subimos encima de aquella roca y desde all nuestras miradas se esparcen sobre toda la superficie del agua y la Bahia se estremece, aturdida de placer. -Ahora comprendo su entrafiable afecto por Trigarthon... -dijo de Mers, con Ia voz estremecida por la emoci6n. -Asi es. Ese negro pescador es un simbolo. Represent el espiritu de la Naturaleza, que vosotros los eruditos creeis que es una bestia. La Naturaleza es tierna y amorosa, inspirando siempre sentimierrtos puros. Es asi que el hombre, tal vez sin propon&rselo, califica de cdesnaturalizado al que no es bue- no. -Y los volcanes, la tempestad, los terremotos... -Te ensefiaron en la escuela que eran castigos de Dios o males de la Naturaleza. Son simple fen6menos, como el part, la enfermedad, la vejez, la muerte. Ocurrencias que suceden espontineamente, pero que nos hemos empefiado en atribuir- les causes misteriosas, por ese afdn insensato que nos aqueja de buscar en todo la mano de un dios cruel y vengativo, Te- nemos que despojarnos de ese pesado fardo de prejuicio y pre- venciones que hemos venido heredando desde hace treinta si- glos. Estds saturado de pavimento, de edificios, tranvias, acue- ductos, ferrocarriles, que cubren tus ojos con una pavorosa nublaz6n que no te deja comprender el agua, el aire, la casca- da, la piedra, la montafia, el volcdn, el terremoto, el cataclismo. -No sd si debo refr o Ilorar ante ese nuevo concept de la vida que me acabas de ensefiar y que te confieso que no estoy preparado para comprender. -Esa duda es ya un gran sign. Seguird Rtrabajando, pa-