conducir, manso como un cordero, apacible, mAs que nunca .. pero ahora estaba hueco... Lo pusieron en su pabell6n, y alli se qucd6, junto a los otros muebles... Charles Croiset se fue al Yate, con Madelaine y De Mers. Le hacia dafo ver la figure de Trigarthon, vagando, como un sonmbu1lo, en la arena de la playa. Subia y bajaba por el tri- 110; caminaba sobre el muelle, y se quedaba mirando el mar, como si estuviera perdido. El professor regresaba en la tarde, cuando va el sol se ponia y al enfermo lo habian recluido en su kiosco. En su constant deambular por la playa, Trigarthon s61o hablaba con Josefina y el doctor. Su conversaci6n era torpe, desatinada, incoherent. Hacia preguntas absurdas sobre los diversos temas que habia escuchado en las tertulias del balc6n, y quc apenas habia comprenddio, por su desconocimiento del francs: palabras o frases sueltas, dichas en inglds o en espa- fiol, le hablan dado una idea de lo que trataban. Y ahora, su mente dcsarreglada, lo confundia todo. Pacientemente, Josefina intentaba explicarle y sacarlo de su confusion, pero era indtil. Todo cstaba roto allA adentro, en su cabeza... Rosina trataba de no encontrarse con 61. Sin embargo, un dfa mientras ella bajaba por la escalera de piedra, Trigarthon vino a su encuen- tro, animoso y content, y le tendi6 la mano. Rosina le ofreci6 la suya. -ZC6mo estAs, mon amour? -le dijo, sonreido-. Esos po- licias qut te llevaron presa... Rosina sinti6 un nudo en la garganta y ech6 a correr, an- gustiada. hacia el muelle, subiendo al bote-motor que la espe- raba para llevarla al Yate. No se atrevi6 a volver la cabeza. Hacia una semana que Trigarthon habia enfermado. Todos evitaban mirarle, como si se sintiesen culpables de su dolencia. Un sentimiento de malestar colectivo flotaba en el aire. Hasta los sirvientes estaban tristes y cabizbajos, con las mentes Ile- nas de sospechas acusadoras. Durante las comidas, el ambiente se empcoraba con la charla ficticia. De repente todo se puso mis grave porque empezaron a escucharse cantos suaves que venian del patio o de la playa y que la brisa se empefaba en, meter en la casa con diab61ica persistencia. Era Trigarthon que en su crrante inquietud cantaba tonadas pueriles que venian