important los colmaban de honors y privilegios. Uno de ellos, Ilamado La Varenne, Jefe de las cocinas del Marques de Ijcllcs, fue objeto de muchas distinciones y en sus tiltimos fios sc le trataba como si fuera un hombre de Estado, casi un Minisiro de la Corona. Public6 un libro. "Le Cuisinier Fran- cais* en cl que por primera vez se fijaron seriamente los prin- cipios del arte culinario. Podria decirse que fue La Varenne quien codific6 las reglas que hoy rigen la Gran Cocina. Todos estos factors y circunstancias elevaron cl arte coquinario a su rnis alta cumbre. Era, sin embargo, una cocina spectacular, de- nmasiado ostentosa, afectada, exhibicionista. Los plates monta- dos llegaron a ser verdaderas obras de arquitectura. -El intercambio de cocincros de difcrentes naciones; los progrssos de la ciencia, el arte y la literature; la difusi6n del libro impreso y ]a mayor liberalidad en la expresi6n del pensa- niento, fucron causes que coadyuvaron en la formalizacidn de la Gran Cocina de fines del Siglo XIX y del present Siglo XX. Es, pucs, a base de estas consideracioncs quc, en nuestras pr6- ximas conferencias analizaremos las cocinas de las naciones ci- vilizadas del mundo de hoy. Cuando, al otro dia, despuds dcl almuerzo, Madelaine y el professor se sentaron en el kiosco-observatorio, ella le express que tunia quo contarle de su entrevista con Trigarthon duran- te la mailana. El professor la interrumpi6 para inquirir si se oponia o no a que el doctor Desaix estuviese present. Le expli- c6 quc ya 61 habia enterado al doctor do lo que estaba ocu- rricndo y de la misi6n que Madelaine Ilevaria a cabo frente a Trigarlhon. Al ella no oponerse, se hizo venir al doctor, quien tom6 asicnto junto a ellos. -Esta mafiana, a las seis, pedi a Trigarthon que echara al agua cl cayuco y fudramos a dar un corto paseo por la bahia -comenz6 diciendo Madelaine-. Notd que el muchacho esta- ba inquieto. A poco de zarpar me pregunt6 temblhndole la voz, si yo pretendia llevarlo a cayo Alcatraz. Me sonrojd de vergiien- za pero la candidcz de sus ojos aplac6 mi ira. Le pedi que di- jera por qud me hacia esa pregunta. Tard6 en contestarme. Me dijo que lo perdonara, que no sabia lo que estaba sucediendo, que sc sentia molesto, perseguido y qucria irse a su casa, pero que no descaba mortificar al professor. Insisti en que me hablara con toda sinceridad. Recogi6 los remos, me mir6 fija- mcntc, y de s6bito abri6 su alma y me lo dijo todo, como en una confcsi6n. Estuvo hablando largo rato. Yo no lo interrumpia