sociedad humana. Durante este 16brego period se escucha sola, mente la voz de los padres de la Iglesia derramando pcsimisrno exaltando el dolor, aniquilando la alegria. El mundo se cubri6 de crespones y el miedo a la muerte y a las llamas del inferno obliteraban el instinto del hombre que lo impulsa al goce de los bienes terrenales. Pero esa misma Iglesia, con todo y su sentido decadente de la vida, fue, sin embargo, la que mantuvo tal vez sin propondrselo, la iradici6n Romana, provocando su recidiva a pesar de la brutalidad materialista y avasalladora de las huestes bArbaras que caian sobre Europa. Los francs, ger. mnanos, los Galos, sucumbieron al fin bajo el chorro del agua misteriosa del bautismo Durante el largo decurso de aquella lucha sin precedents en la Historia, los hombres de espiritu delicado huyeron a cscon. derse en los Conventos y alli, cubiertos y protegidos por el simu. lado cumplimiento de los preceptos agobiantes de la Nueva Fe, pusieron a salvo el tesoro de la gastronomia, que los griegos y los romanos habian acumulado durante los Siglos de gloria cull. naria que transcurrieron desde el ret6rico Ateneo hasta LUculo el Sibarita. Fue, pues, un eclipse parcial el que sufri6 la bue. na mesa. El pueblo era pobre y se pensaba mis en rezar que en trabajar. Sin embargo, en los Castillos de los sefiores Feudales, en los Conventos, en las Abadias se fue formando de nuevo el arte culinario. -En este largo perfodo podemos distinguir tres tendencies, escuelas o sistemas coquinarios: el Arabe, el cristiano occiden, tal y el bizantino. El primero estaba caracterizado por su gran consume de carnero, de granos, de frutas en dulce, de aguas aromaticas, entire ellas la celebre agua de rosas que traian de Alejandria y Damasco. La escuela bizantina se distingui6 poi sus salsas gelatinosas, muy condimentadas con espccias. En la cristiandad occidental predominaba la sencillez. Recordemos los conocidos Platillos, que ain perduran, hcchos a base de le. che, que tambi6n Ilamaban Manjar Blanco, y que hace poco saboreamos en toda su autenticidad. En los archives de los Conventos y los Castillos Feudales se guardaron libros de co- cina que hoy son piezas de museos. Citemos el Libro de GuisadosB, atribuido a un tal Ruperto de Nola, y cuyo subtituic rezaba KC6mo se servia de comer al rey Hernando de NApoles. En este recetario abundan la almendra y la avellana como con- dimentos para casi todos los manjares. Figura una receta cuyo nombre es encantador per su candidez: Manjar Blanco para do-