-Tu eres una mujer mala -le decia Trigarthon-, porque tienes dos hombres a la vez. Eso es un engaiio. La seiiora Jose- fina sufre much porque quieres quitarle su marido. -_Recuerdas al marino del yate, el alto, de los ojos verdes, que manejaba el bote-motor? Pues 6se tambidn es amante mio yo tengo los hombres que deseo. Mi intenci6n no es hacerle dafio a nadie-sino procurarme placer a mi misma y hacer gozar a los hombres en mis brazos. D6jate de chiquilladas y quitate pronto la ropa. -Estaba en la cama, desnuda y gloriosa, invitando al cor- pulento negro. Como tste vacilara todavia, se levant y empe- z6 a desvestirlo. Trigarthon la miraba, no sabiendo qu6 hacer. perplejo contemplaba aquel hermoso cuerpo de mujer y al sentir en su cara el perfume de su pelo, ya no pudo mAs y la abraz6, aturdido. Despues... cuando la sangre se aquietaba en sus venas, le pidi6: -D6jame, y vuelve a tu pais. Ya no te quiero, como al prin- cipio. Me tienes dominado y no puedo rechazarte cuando me ordenas que me acueste contilgo. Me voy a poner loco y te aatar6 algtin dia. Vete, para que no lo pueda hacer. -EstAs celoso. Eso es todo. Me quieres mas que nunca, ever- dad, mon amour? iSi! Me quieres mis cada dia. Anoche me lo demostrastes, cuando fuiste a protegerme al ocurrir el terre- moto. Y ahora me lo confirmas con tus caricias. .Me gustas mucho y nunca te dejar6 ;oh, mon amour... mon amour! Y al decirlo, lo besaba de nuevo, ardorosa, insatisfecha todavia. No se cansaba de mirar aquel hombre, escudrifiando sus detalles con caricias profundas. Se soliviaba con los codos para que su mirada pudiese abarcar el conjunto de su amante poderoso, extraordinariamente varonil, inagotable. Sus manos y sus labios no tenian reposo. Se detenia ratios y rates admirindole los ojos, grandes y oblicuos, como almendras, pilidamente azules y pro- fundos, y palpando con sus labios y sus dedos las largas pesta- fias de negro terciopelo... iVen, mon amour! -volvia a decirle, en los oidos, encendida de lascivia y temblorosa de ardores insaciables... -Si, ma cherie -le contestaba el, abrasado por el placer... Si, ma cherie, pero te voy a matar... porque tienes otros hombres... Despues, cuando subian al cayuco, ella le dijo, con burlona sonrisa: eQuieres matarme ahora? iVen! iEntierra tus garras aqui! -y desabrochandose la blusa le mostr6 sus senos, como