-.Ya se val -grit6 Trigarthon-. jVengan todos a verl -y .l decirlo su rostrb se iluminaba con extrafias muecas y gri- tos de jtbilo y temor. Se movla de un lugar a otro con los pies casi en el aire, corriendo y saltando como un endemoniado, se subia sobre las sillas: brincaba hacia las puertas y las venta- as y las arbria con vigor inusitado, casi hasta romperlas. Al Uegar afuera, se detuvo, mir6 un instant fijamente al mar, y se lanz6 en una loca carrera, hacia la playa. Al llegar, se arranc6 el pantal6n, Ia camiseta y el calzado y se tir6 al agua, como si intentara perseguir a la ola que se iba. Todos miraban la espeluznante ocurrencia, inm6viles y mu- dos. Trigarthon zambullia y nadaba como un endemoniado, im- plsado por una tragica alegria que le hacia prorrumpir en gri- tos y bufidos espantosos. -iSe va a ahogar si la ola vuelve! -grit6 Rosina, press de pavor. -Ya no vuelve -dijo Vergara tratando de tranquilizar a sus amigos. Entonces se vio como el doctor Desaix se mesaba los cabe- Ilos y con el rostro contraido gritaba, entire sollozos desespe- rantes: -iQuiero irmel Quiero salir de aquf. iEsto es el infiernol ITodos estamos locos! iEl mar estA locol iLa tierra se ha pues- to loca! iQuiero irme a mi casa!t Quiero volver a Paris! IAlIt la naturaleza es cuerda, y es decent, y es razonablel Quiero es- tar en Paris, en mi Paris de tierra fire y segura, con sus ci- mientos de dos mil afios de profundidad. iSacame de aqui, Charles Croisetl El professor se le acerc6 y posando su mano en la cabeza del doctor le dijo: -Tranquilizate, Louis. Ven conmigo -y salieron. Entonces entr6 Trigarthon en la sala. Chorreaba agua por todo su cuerpo. -iQud bonito! -dijo con la cara llena de contentura-. iQud ola tan grande y tan bonital -y sonrefa, como un niiio que ignorase el peligro mortal al que estuvo expuesto. Sin saber lo que hacia, Rosina corri6 hacia 1l, y le abraz6, .sollozante. El negro sonrefa. Irreflexible, Rosina se refugi6 en su seno, toda temblorosa, mientras de sus labios se escapaban unos gemidos de espanto. Todos miraban, at6nitos, el cuadro que formaba la pareja. Trigarthon la retenia en sus brazos, y acariciaba su cabeza con dulzura de madre carifiosa. Josefina