inquietudes, dicidndome que estaba expuesta a seguir siendo objeto de demands y pleitos judiciales, para concluir dici6n. dome que mi unica salvaci6n era que yo lo nombrara mi admi. nistrador y me convirtiese en su querida. Si yo fuese creyente, pensaria que la Providencia intervino en mi favor, matando al Notario con una apoplegia fulminante... Cay6 muerto en el par- que del pueblo, al regresar de mi casa, la tarde en que sus recla- mos amorosos fueron mAs vehementes... Es el inico preten- diente que he tenido en mi vida y... ya ves, lo hacia atraldo por mi cuerpo joven y por el interns de mi flaca heredad... Como puedes ver, fui protagonista de una extravagant novela lugareiia y... ya eso es algo... Tomd una determinaci6n: me vesti de hombre, subi a un caballo y me puse a trabajar la tie. rra y a engordar cerdos. -iEs una historic conmovedora! jPor qu6 no describes una novela? -Lo he pensado, pero la desidia y la indolencia me restan fuerzas para hacerlo. Son males end6micos en esta regi6n... -Si, ya s6: frutos de la serenidad: el azul del mar, el verde de la fronda, el gris del cielo: Satiriasis contemplative es el diagn6stico de Vergara: la dejadez, el abandon, la renuncia, la inercia, la pereza fisica y la indolencia mental... -iExacto! Protdgete de esas bacteria, si no quieres ser vic- tima de esa terrible enfermedad. Yo la combat parcialmente, remando en mi canoa, cosechando cacao y cebando marranos en mi achiquero,, como calificas mi gran[ fundo de Tes6n. -eQud debo hacer...? -Pues... regresar a tu pafs cuanto antes... -eSin Ilevarte conmigo...? Madelaine qued6 desconcertada. Su rostro enrojeci6 con violent rubor. Se irgi6, vacilante casi: -Nos vamos a quemar, Charles Croiset. Ya no somos nifios para jugar con fuego. Ddjame tranquila, en mi soledad, con mis pantalones de hombre, y mis remos... y mi chiquero... No soportaria un segundo trasplante. -Eres joven todavfa, y eres hermosa y buena... -Sigamos cada cual nuestro camino: yo con mi desamparo y mi penuria... y tt con tu gloria y tu opulencia. --Por qud tiemblas, Madelaine? El ocaso alfombraba la mar con ocres, bermellones y vio- letas, que las olas yentes y vinientes irisaban en diab61icas ga-