recia que odiaba tantos muebles innecesarios... 61, que desde que naci6 dormia sobre un care y colgaba su ropa de un clavo en la pared de su bohio, desvencijado por la intemperie y por los afios. Aquel cuarto de bafio dentro de su pabell6n le parecia una cArcel con instruments de torture, y los odiaba tambien. Cuando al bafiarse el agua de la ducha le cafa, suave, sobre su cuerpo, sentia piedad de si mismo. Era un sentimiento extraio que le hada pensar que aquello era una burla, un engafio, y se sentia defraudado y miserable. No era lo mismo que el agua que cala sobre so cuerpo cuando la lluvia lo liamaba en la pla. ya solitaria. Allf podia correr y echarse en la arena y jugar coa- sigo mismo y de nuevo correr sin el estorbo de estas cuatro paredes que ahora lo estrechaban. Le molestaba ver su cuerpo a la luz de la bombilla que colgaba del techo de su cuarto, y un raro sentimiento de vergiienza le hacia cubrirse prestamen. te. Ahora, en esta lluviosa tarde, acostado en su cama de Ana. del, sinti6 asco de si mismo al verse desnudo bajo el chorro de luz el6ctrica de aquella bombilla poderosa. Le pareci6 que aqual no era su cuerpo y hasta experiment ganas de vomitar al mirar sus genitales. Estaba abochornado. Tal vez ya todos lo sabrian en los campos y en el pueblo. Crey6 advertir sefiales de desprecio hacia 61 cuando iba a Samana... -El Doncello.. -le ]lamaban. Lo sabla y nunca se sinti6 ofendido cuando las muchachas del pueblo le arrojaban la palabra en su propia cara. Ya no lo Ulamarlan mis por ese nombre... Ya no era el de antes... iQu6 era, pues, ahora? Como un aut6mata se levant6, se puso la ropa y baj6 a la playa. En la punta del muelle estaba Rosina, sentada sobre los tablones. En sus manos tenia un voluminoso libro, que hojeaba con displicencia. Trigarthon sinti6 un impulso irre- sistible y camin6 sobre el muelle. Al llegar junto a ella, sin poderlo evitar, de sus labios salieron estas patabras: --Quiere ir hoy a cayo Alcatraz? Rosina se qued6 inm6vil. Al cabo de un instant, y sin darle el frente, respondi6: -Yo te avisard cuando tenga deseos de ir... -y al decirlo se puso en pie y regres6 a la casa, sin mirarlo siquiera. Una oleada de sangre le subi6 a la cabeza. No se podia mo- ver. Experiment la sensaci6n de que le hubiesen dado un gol- pe terrible en la nuca. El est6mago le dio un vuelco. Los dien- tes le crujieron. Se agarr6 sus propias manos y apret6 con fuerza hasta sentir dolor en los dedos. Pasaron dos mintuos.