tna almohada, cuando ella se le entregaba en las playas soli- tarias de cayo Alcatraz o en la cama de su choza en Carenero. Sus citas con Rosina se espaciaban cada vez mis. Ella le ha- bia dicho que tenia que ir a menudo al yate, a veces sola, otras acompafiada por el abogado Vergara, en asuntos relacio- nados con el libro que estaba escribiendo el professor. El la llevaba en el cayuco. Vergara tambi6n se mostraba menos co- ,nunicativo con dl y apenas le dirigia la palabra cuando lo lle- vaba al yate acompafiando a Rosina. Ya casi no le tenian en cuenta y apenas lo utilizaban, como un sirviente mis, para ir a Saman! dos veces por semana a sacar la correspondencia del apartado en la oficina del correo. eQu6 hacia alli, recibien- do todos los sabados, de manos del Mayordomo, un sobre con el dinero de su sueldo? La gaveta del mueble donde guardaba su dinero estaba Ilena. &Por qud no se volvia a su choza, a su adorada soledad de antes, a cocinarse 61 mismo y a cuidar de nuevo su conuco, ahora abandonado y lleno de yerbas malas? -Se lo diria a Vergara...- Pero al otro dia le faltaban fuer- zas para hacerlo y se quedaba en Anadel, vencido por una atrac- ci6n que no comprendia o que I6 mismo trataba de no definir. Se habia vuelto indolente y le molestaba pensar. Preferia tener sus pensamientos en blanco y seguir como un aut6mata, de- jindose mandar, dejdndose poseer por Rosina cuando 6sta sin- tiera deseos de hacerlo. Sentia listima de si mismo. Los sir- vientes apenas Ie dirigian la palabra. S61o el detective lo tra- taba como un igual y le conversaba todos los dias. Era un torbellino el cerebro de Trigarthon. Un raudal de fuerzas divergentes que no lo dejaban razonar... 61, que tanto le gustaba pensar, echado en su cama o en las arenas grises de la ensenada de Carenero, protegido por la soledad, arrullado por el cantar del viento entire las ramas de los cocoteros y por el murmullo de las olas al acariciar la playa Se habian ido su vaca y su ternero y sus gallinas. Tuvo que venderlos cuando Ilegaron aquellos hombres extranjeros y lo sacaron de su cho- za y se Io llevaron al palacio de Anadel. Afioraba el tranquilo acaecer de su desierta vida, retirado dentro de si mismo, jun- to a sus amigos mudos, la mar, el cayuco, la vaca, la choza, la Iluvia, la luna, el cielo... el viento, Ia espuma de la ola, el can- to de los gallons en el carifioso amanecer... El recuerdo de su adorada soledad Ie mordia la conciencia y le magullaba el co- raz6n. Ahora todo era reciente para 61 y aquella novedad lo conturbaba. En su kiosco de Anadel se sentia inc6modo. Le pa-