Trigarthon se encerr6 en su kiosco para echar un suefio. Estaba cansado de los tres madrugones anteriores que tuvo que hacer para atrapar los cangrejos que sus amigos habian comido al mediodia, y por cuya preparaci6n el professor le mand6 sus felicitaciones. Ahora ya eran las cuatro de la tarde y no podia dormir su acostumbrada siesta. Habia estado hasta despuds de medianoche escuchando la charla del professor. La palabra banquet danzaba en su memorial como un torbellino. eEra ast como los hombres buscaban la felicidad? eTenian que juntarse en grupos y lenarse la barriga de comida y de vinos para ser dichosos? Entonces el era un desgraciado... y la sefiorita Ma. delaine tambidn, porque habian vivido solitarios, cada uno en su casa teniendo como ainicos compafieros en la mesa al sol, a la luna, los Arboles, el mar... Esas ideas cruzaban por su men. te mientras oia al professor aquella noche larga y tibia, senta- do en el rinc6n obscure de la galeria, separado del grupo, casi inm6vil para no Ilamar la atenci6n de aquellas gentes ex. tranjeras cuyos nombres todavia se confundian en su memo. ria. iPara qut lo hacian sentar alli, si hablaban una lengua que dl desconocia? De repente la cabeza le di6 un salto y se dijo a si mismo que sf, que 61 si estaba comprendiendo, porque ahora sabia que hablaban de los banquetes que los hombres celebran para Ilenarse el est6mago de vinos y comidas. Recor- daba vagamente nombres de reyes y de principles que comian much sentados frente a grandes mesas repletas de manjares y rodeados de multitud de amigos que tambidn comian, y co- mian y bebian durante noches enteras sin descanso... El nun. ca habia hecho esa cosa; comia solo en su choza y ahora en su pabell6n del patio de la casa de Anadel... Y la sefiorita Ma. delaine tambi6n comia sola en su vieja casa de la finca de To. s6n... (Habian sido unos desgraciados por haber vivido en la soledad? La cabeza le daba vuelas y no sabia contestarse a tan- tas preguntas... eQuidn podria aclararle esas dudas? -iSoy un estdpido quedAndome alli todas las noches! -pen- saba, revolvidndose en la cama, inquieto y sudoroso. Decidia no volver... Sabia sin embargo que volveria a sentarse en su rin. *c6n, tratando de no hacer ruido para no Ilamar la atenci6n. Una fuerza irresistible lo atrafa, y alli estaba, todas las noches, como un testigo mudo y silencioso. Rosina se sentaba siempre de modo tal que 61 no le podia ver la cara. Comprendia que ella lo hacia ex profeso. ZPor qud? Apenas podia verle la cabe- za, la nuca, donde 61 tantas veces habia puesto su mano, como