line Chanac le habian trastornado los concepts que 61 tenfa acerca del objetivo de la vida, de lo que era el placer y el dolor que proporciona la riqueza. Recordaba con asombro sus palabras: "se ha separado usted demasiado de la Naturaleza... el peso de su enorme fortune no le deja respirar.... ~Qu6 habia de cierto en esos pensamientos? 4CuMl era el objeto de su vida? Se habia alejado del grann rebafio de los hombres, ocul- tAndose en su concha dorada, como la ostra solitaria adherida a una roca en el fondo del mar. uQu6 le habia impulsado a vivir de incognito, como si fuese culpable de un pecado y a ocultarse en el estrecho circulo de sus intimos, que le seguian obedientes y le escuchaban silenciosos sin atreverse a discutirle sus ideas? ZEs que la fuerza de su riqueza lo hacia omnipotente, invulne- rable, al extreme de infundir miedo a sus amigos? Cuando en las limpias mafianas su mirada abarcaba panorA- micamente la tranquila y solitaria bahia, comprendia que las tres paredes de aquel enorme embudo le estaban oprimiendo su cabeza y un extraflo sentimiento de temor lo impulsaba a huir, a volver a su Europa sumisa y met6dica. tQud hacfa aquf, dejAndose ultrajar por una lugarefia perturbada por la solte- ria, que le miraba desde arriba y le decia claridades nunca oidas, como si 61 fuera un insignificant pe6n al servicio de su finca? eQu6 le importaba aquel negro remero, pescador ig- norante, que le miraba sin pestafiear, con sus enormes ojos de misterioso terciopelo? eCuil era su empefio en descubrir el alma de ese sujeto? Pero no podia sustraerse a semejantes in- quietudes. Se sentia hechizado. La bahia inmutable le atraia con fuerza inexplicable. Queria paladear hasta el fondo la bru- talidad de estas aguas y estas lomas y desentrafiar el alma de estas gentes que parecian vivir en un dxtasis perenne, encarce- lados en esta bahia conmovida, alucinada por el azul del cielo y el esmeralda de la salvaje vegetaci6n. iAh! iEl azul silencioso, el esmeralda inconmovible...! .No se estaria contagiando de ese terrible mal que Vergara llamaba satiriasis contemplativaD? Ya las luces de la aurora empezaban a sonrosar las dormi- das aguas cuando escuch6 ruidos de pasos de caballos en el patio. Era el mayoral de la finca que venia a buscarlo. Explic6 que la sefiorita Chanac habia decidido esperarlo alla, en la fin- ca. No era lo convenido, pero acept6, y subi6 al otro caballo. El viaje le tomaria una hora, a paso moderado. Cuando se