escritorio. No era que hubiese perdido interns en escribir su obra, en continuar arreglando su fichero y copilando datos y citas, sino que una fuerza irresistible lo impulsaba hacia otras cosas que no podia individualizar con precision. Se sentia atrai- do por el mar, por los campos y las novedades que iba descu- briendo a media que se familiarizaba con su nueva vida en un Ambito tan distinto al que estaba acostumbrado. Sus paseos con la sefiorita Madelaine le producian sensaciones desconoci- das hasta entonces. Ella venia todos los lunes, remando en su canoa, ligera como un junco. Desde el kiosco del acantilado 61 observaba el mar desde temprano, y cuando al fin la divisaba a lo lejos, bajaba a recibirla en la playa. Cuando llovia o hacia much viento y ella tenfa que posponer su visit para la tarde o para el otro dia, se sentia defraudado. Tambidn le atrafan las largas caminatas a pie que hacia a lo largo de la playa con el doctor y el abogado Leroy. Habfan vuelto a la