doroso y tr6mulo, se agitaba, convulsa, enajenada por la volup- tuosidad. Despu6s... El le sirvi6 caf6 y sentandose al borde de la cama se qued6 mir6ndola, con sus grandes y profundos ojos claros, y le dijo: -Quieres estar en mis brazos toda la vida... pero cuando te vayas a tu pais no volveris a acordarte de mi. Yo me que- dar6 aqui solo, como he vivido siempre. Tfi estarAs alli, en Francia, entire tus amigos... y no volverds a recordarme... -Falta much tiempo para eso. Seamos felices ahora. Yo nunca pienso en el future. Ahora yo te quiero y tu me quieres. Cuando yo me vaya td tambi6n me olvidards. No hablemos de esas cosas. Acudstate a mi lado y cu6ntame todo lo que Ver- gara te ha dicho de mi... El rostro de Trigarthon se alter con un gesto de asombro. Poni6ndose de pie se retire algunos pass y le pregunt6: -tC6mo sabes que hemos hablado de ti? -Lo he leido en tus ojos. S6 que 61 te ha pedido que te alejes de mi. No debes hacerlo. Mientras yo estd aqui, segui- remos siendo amigos y nos reuniremos aqui en tu casa o en cayo Alcatraz o done podamos. Nadie tiene derecho para in- tervenir en nuestras relaciones. Ttt me gustas y yo te gusto. Nos queremos y somos felices. No le hacemos daflo a nadie. Ti eres libre y yo tambi6n. AIl en Anadel creo que todos sa- ben que somos amantes, pero nunca se atreverdn a decirnos una palabra porque somos libres de hacer lo que queramos con nuestros cuerpos, sin molestar a nadie. Ha sido un atrevi- miento de Vergara hablarte de asuntos tan privados. El la escuchaba, sin pestafiear siquiera, arrobado por sus palabras y subyugado por la presencia de su cuerpo desnudo, echado indolentemente sobre la vieja cama. La soledad era ab- soluta. Apenas se escuchaba el lejano rumor de las olas al des- lizarse suavemente sobre las grises arenas de la playa o el leave susurro de la brisa entire las ramas de los cocoteros que circun- daban la choza. Le molestaba su propia desnudez y se cubri6 con una toalla, volvia a sentarse al borde de la cama, junto a ella, reclinando su torso en el respaldo del lecho. Acariciaba su pelo, cuyo perfume tanto le agradaba, mientras observaba los detalles de aquel cuerpo tan blanco, sonrosado, tan hermoso... Ella habia entornado los ojos, para dejarse mirar, satisfecha y orgullosa, sintiendo a su lado el calor de su amado y escu- chando su honda y voluptuosa respiraci6n. Luego se volvi6, con indolencia, y dej6 que su cabeza reposara en los muslos de