cubrir sus necesidades de un afio: cinco o seis yards de dril para un traje, diez o doce cajetillas de f6sforos y medio quin- tal de lentejas. El traje se lo confeccionaba 61 mismo, y ya podran fstedes imaginarse lo estrafalario y ridfculo que resul- taba. Se 1o ponia en la tarde, por una hora, para dar un paseo por las calls del pueblo, arrogante y orgulloso... y descalzo. No se dignaba. dirigirle la palabra a nadie. A veces, los chicos le gritaban: xiMister Mack, el loco!), pero 61 seguia impertur- bable, como un dios. El dia lo pasaba en su cabafia, desnudo, con on taparrabos que apenas le cubria las caderas, sentado en una destartalada mecedora que el mismo se habfa hecho, mirando el mar o las estrellas. Solamente trabajaba en su tor- no algunos dias al afio, lo suficiente para confeccionar las pie- zas de ebanisteria con cuya venta cubriria sus gastos. El resto del tiempo lo pasaba, como ya les dije, contemplando el mar o las estrellas. -En realidad era un loco, un maniAtico... -arguy6 Ro. sina. -No lo crean ustedes. Ya veran qud clase de hombre era ise. Logrd vencer su resistencia a hacer amistades, y al fin una noche, sentados en la punta del muelle, me cont6 su vida: lo habian preparado para la Marina de Guerra. Lo expulsaron del servicio por una falta grave e ingres6 en la marina mer- cante, cuando apenas contaba veinte afios de edad. Viaj6 por el mundo enter. Era un inadaptable y un rebelde y estuvo preso varias veces. Habla hecho cursos en la Escuela Naval y luego ampli6 su cultural leyendo y viajando. Detestaba el tra- bajo muscular. Le gustaba la ociosidad y la contemplaci6n. Era un verdadero misintropo. -Cuando desembarqud en Samanh -me dijo-, descubri que habia llegado a la sofiada Jauja. Los racimos de plitanos colgaban de las ramas, silvestres, sin duefios... No se pagaban impuestos ni se exiglan documents de identificaci6n. Decide quedarme, y desert. Construf una choza, junto al mar, y nadie puso objeci6n. Fabriqud una nasa, con juncos y bejucos y la tired en el mar. Por la madrugada la sacaba lena de peces, que sancochaba en un cantaro, sobre un fog6n de cuatro piedras. Cuando empec6 a ganar dinero con la ebanisterfa, le agregaba lentejas, o papas, o yuca. En el monte ponia trampas y cogia perdices montaraces. Detrds del cementerio encontr6 tabaco silvestre, y con sus hojas secas me hacia cigarros. Luego cons- truf un cayuco, para ir a sacar la nasa y para mis paseos por el mar. Salfa al campo y volvia cargado de frutas salvajes: gua-