impuesto, solicitar un servicio, en fin, para realizar cualquier diligencia necesaria, y el empleado o funcionario con el cual usted se enfrenta es su enemigo desde el primer moment: no hace otra cosa que ponerle obstaculos, crearle dificultades. Y es que todavia nadie, incluy6ndome a mi, se ha tornado el tra- bajo de decirle a ese funcionario o a ese empleado que su papel es i~nica y exclusivamente, y que para eso se le paga un suel- do, el de resolverle su problema a todo el que 11egue a su pre- sencia. Porque es una verdad incuestionable que todo el que va a una oficina ptblica lo hace para buscarle soluci6n a un problema. A esa actitud negative del empleado, se une su des- conocimiento del trabajo que estA supuesto a desempefiar; y a esto se agrega la falta de cortesfa y buenas maneras. Y esas fallas del funcionario y del empleado las padece tambidn el que visit la oficina, con lo que viene a resultar que la Admi- nistraci6n Pdblica es un desastre. Ahora... no vayan ustedes a sentirse animados por un complejo de superioridad, porque en Francia es casi igual, o peor si se tiene en cuenta que ustedes nos Ilevan mil afios de adelanto en material de educaci6n. En Paris yo acompafid a un amigo info, francs, a una oficina de recaudaci6n, a comprar un timbre para un document, que costaba cincuenta francos; mi amigo intent pagar con un bi- Ilete de quinientos, y eso fue suficiente para que el empleado le dijera los mis groseros insultos y hasta nos amenazara con echarnos por la ventana. El argument de aquel energdmeno era que aqudlla era una oficina para vender timbres y no para cambiar billetes de banco... iY eso ocurri6 en la Ciudad Luz! El caso nuestro es falta de educaci6n; el de aquel francs era de mala educaci6n. La diferencia es sutil, pero es una dife- rencia. El abogado Vergara prometi6 dar a sus amigos mAs deta- lles acerca de la situaci6n political del pals, pididndoles de nue- vo que no abrigaran temor alguno, ya que esas conmociones sociales casi siempre se circunscribian al Ambito de la capital. Todos se retiraron a sus habitaciones a disfrutar de la indis- pensable siesta. En la cena pudieron saborear emapueyes y xlerenesD que la cocinera de los Vergara habia preparado. El professor y sus amigos los encontraron delicados y exquisitos y quisieron saber por qu6 en Europa no se conocian esos tub6rculos. Vergara