gia de luces y colors? ZGritar? eEchar a correr despavorido, hasta caer, exhaust, en el desconsuelo de la impotencia? ZArran- carse el alma y el espiritu y la mente, por indtiles, incapaces, ineptos instruments de pretendida creaci6n artistic? Basta con que la Naturaleza mueva uno de sus misteriosos resorts, para que se origine un cambio portentoso, invented un prodigio, produzca un cuadro nuevo, engendre una sorpresa, fabrique un milagro, trastorne la obra de los siglos y conmueva el animo del hombre, causando pavor, admiraci6n, risa, ligrima, dolor, asombro, contentura, desesperaci6n, locura, alegria... IQud her- moso desorden en el orden preestablecido! iQu6 bellisima con- fusi6n, que anarquico contrasentido en esa monocromia de gri- ses y cobaltos y cadmios! No podemos hacer nada... Ni siquie- ra reir... ni llorar... -Aquella mancha blanca, informed, que se ve a lo lejos, es el yate -dijo el abogado Leroy-. El capitan ha apagado todas las luces de la nave. Tambidn es un artist. -Se me ocurre hacerles una proposici6n --expres6 el pro- fesor-. Si todos cupidramos en el cayuco de Trigarthon po- driamos dar un paseo por el mar. En el bote grande se perde- rfa todo interns, por el ruido del motor. -Pero esos botes pueden ser movidos a remo -arguy6 Le- roy-. Por quc no pedimos al yate que nos made cuatro re- meros y damos el paseo en uno de los botes grades que tene- mos aqui? La proposici6n fue aceptada. El detective, con su fanal elde- trico, hizo las sefiales del alfabeto luminico, y en media hora habia ya llegado una pequefia motonave. Desembarcaron los remeros, sacaron el bote grande y todos se embarcaron. Trigar- thon iba con ellos, naturalmente. Recorrieron las ensenadas de La AgiUada, Clara y Carenero, hasta llegar a la entrada del pequefio golfo de los Yagrumos. Iban costeando, y en algunos lugares levantaban los remos para cescuchar el silencio abso- luto del mar>. El regreso lo hicieron un poco mar adentro, pasando sucesivamente frente a los cayos Pascual, Chinchilin, Alcatraz, Arenoso y Levantado. Desde aqui enfilaron hacia Ana- del, cortando las inm6viles aguas apenas con el filo de los remos. Al pisar tierra eran las dos de la madruga'da. El pro- fesor habl6 algunas palabras al oido del detective. Cuando hu- bieron subido al segundo piso, el professor les dijo: -Dentro de algunos minutes les invito a apagar las luces de sus habitaciones y venir a mi oficina. S61o tendremos la luz