de que se me permit hacer mi testamento de viva voz y ahora mismo. -iConcedido! -dijeron todos. Con su acostumbrado dnfasis oratorio, tratando de dar a sus palabras un tono humoristico, pero no pudiendo ocultar la melancolia de sus afioranzas, el doctor hizo un breve recuento de su vida, afirmando que habia permanecido soltero porque nunca encontr6 la mujer que pudiera ser su compafiera. Dijo que su ideal de esposa no era el ama de casa dedicada a producer hijos, sino el complement de una vida dedicada al culto de la belleza; que 61 que no estaba predestinado para former un hogar conforme el canon ortodoxo, sino para disfrutar el pla- cer tan s6Io, sin objetivo ni meta, y que era muy dificil en- contrar la mujer que pudiera llenar ese cometido. Una mujer asf tenia que ser extraordinariamente inteligente y liberal, cul- ta, sensitiva y, por sobre todo, tenia que ser hermosa y bella. El abogado Leroy le interrumpi6 para pedirle que describiera ese tipo de belleza, y el doctor la retrat6 como de cuerpo fino, cabello castafio, abundoso y ligeramente ensortijado; ojos cla- ros y grandes, labios cortos y gruesos; busto p4bero y tierno; piernas fuertes y pies largos; que su color fuera de matices blancos, casi un palido siena crudo; de reposada presencia pero de coraz6n hervoroso, capaz de amar y odiar sin estridencias pero con profunda substancia... -Como abogado afirmo que eso no es un testament, pero st es una declaraci6n de amor, porque su pintura es el vivo retrato de Rosina --exclam6 Leroy. -Es possible que sea el retrato de Rosina --dijo el doctor- y seria una declaraci6n de amor si yo luviese treinta afios de edad... Pero ya estoy Ilegando a los sesenta y me siento aca- bado, vencido... Se levantaron de la mesa y pasaron al balc6n. La luna llena cubria el mar con una intense luz metalica de blanco azulado de cadmio, tenue, casi volAtil, incorpdreo, que transfigura los objetos, diluyendo las siluetas, esfuminando los contornos. El mar estaba inm6vil, fijo, como si se hubiese solidificado en una infinita superficie pulida de estafto lechoso. Cuando lleg6 frente a aquel espectAculo, se qued6 paralizado de emoci6n. Ya los animos estaban predispuestos, porque la explosion de senti- mentalismo del doctor los habia contagiado. Estaban at6nitos, pasmados. El professor Croiset rompi6 el silencio, con trdmula voz: -iQud puede hacer un hombre frente a esa arrobadora ma-